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Aferrando el aparejo Es verdad que, como a Magallanes y Elcano, al marino que navega en el “Elcano” le sigue estremeciendo contemplar cómo “dibujan la agitada mar estelas de plata y de espuma, rastros de luna y de bruma del velero al navegar”3, o los ocasos en los que el Sol lanza agónico el rayo verde al morir, los amaneceres que tiñen las glaucas aguas en un enrojecido silencio, la tempestad al golpear con fi era violencia el aparejo o el negro fi rmamento estrellado del hemisferio Sur al Norte. Navegar a vela siempre es una aventura y un duelo del hombre con la mar, hoy perfeccionado por la ciencia naval, la capacidad técnica, las cualidades personales, el esfuerzo mental y físico de la dotación de este navío que aúna lo militar y el marino en una empresa común: hacer de los estudiantes de la Escuela Naval de Marín los futuros ofi ciales que han de servir a España surcando los mares, océanos y piélagos del orbe. Porque, allende la lírica, los cruceros de formación del “Elcano”, como los de los buques escuelas de las principales armadas del mundo, deben su existencia a la formación integral y práctica de los guardias marina quienes cambian sus enseres de la Escuela por cartas de navegación y sextantes de guía, arneses para escalar los palos hasta la cofas o trajes de agua con los que resistir el embate de las olas que barren la cubierta de nuestro bergantín-goleta. La poética marina debe alimentar su alma, pero de su preparación en el mar depende nuestra Armada. Así, completan su pericia marinera con el estudio de materias militares y de Ingeniería naval, idiomas, Derecho marítimo, Historia o Astronomía, se perfeccionan personal y colectivamente en la disciplina y el horario a golpe de campana, se hacen generosos en la convivencia en los sollados, admiran lo creado en el Creador cuando al ocaso se hermana la dotación al pedir misericordia al “Señor de la calma y de la tempestad”, o aprenden bamboleándose en cofas y mástiles a largar la maniobra, desplegar las velas o cargar el aparejo. Alumnos que, con el ejemplo de sus ofi ciales y dotación, se hacen marinos al desafi ar el frío y las tempestades atlánticas, al mantener recta la deriva entre canales y fi ordos patagónicos, guiar la caña entre farallones que casi rozan el aparejo, esquivar icebergs antárticos en el rumbo de la derrota, evitar bajíos y corrientes traicioneras, orientarse con las cartas nauticas en las misteriosas nieblas del Cantábrico y del Mar del Norte, mantenerse en vigilante atención en las guardias calurosas y sin viento del Mar de Caribe mientras la proa rompe sargazos y algas de sus cálidas aguas, afrontar calmas chichas del Pacífi co preludio de sus galernas, maniobrar las esclusas y estrecheces del canal de Panamá, despreciar las supersticiones del triángulo de las Bermudas, o revivir la mitología de los puertos del Mediterráneo donde, dos mil años después de la épica Odisea4 , nuestro “Elcano” atraca. Bregar diario que intentan hacer compatible con los libros y con la mar. Disciplina, estudios, trabajos y horarios estrictos para forjar marinos, porque la mar es siempre dura y más como militares. Desde que suena por los altavoces el desasosegador pitido de la diana hasta la oración al atardecer y el arriado de bandera, el tañido de la campana del castillo acompasa las actividades de marinería, ofi cialidad y alumnado, y se suceden las faenas armonizadas con el estudio universitario. En marinería, subofi ciales, ofi ciales y jefes, distribuidos desde la sala de 46 Armas y Cuerpos Nº 140 ISSN 2445-0359


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