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TEMAS GENERALES dramáticos cambios producidos en general como la multiplicación de los actores estatales en la región en particular. La independencia de los tres Estados del Cáucaso —Armenia, Azerbaiyán y Georgia— hizo mucho más compleja la situación, en particular en relación con Azerbaiyán que, como importante productor de hidrocarburos, pasaba a ser cortejado por diversos Estados a través de complicadas estrategias en las que se introducía Turquía, con lo que veía reforzado su papel regional en el marco de un nuevo «Gran Juego» que le ubicaba como país de tránsito para un polémico oleoducto —el Bakú-Tiflis- Ceyhan (BTC), en servicio desde 2005— y un comprometido gasoducto —el Bakú-Tiflis-Erzurum (BTE), operativo desde 2006— que, procedentes ambos de Azerbaiyán, se construyeron a partir de la segunda mitad de los noventa para abastecer a Occidente, evitando pasar por Rusia. Consolidada esa provocadora injerencia de Occidente —desde la perspectiva rusa— en su bajo vientre, en la que Turquía habría jugado un papel protagonista con los tendidos desde Azerbaiyán, Rusia intentaría en la década siguiente poner obstáculos a lo que parecía una arrogante expansión occidental hacia el este, que incluía frenar lo que entonces se calificó como las Revoluciones de Colores, simultaneadas con la expansión de la Unión Europea (UE) hacia el este: diez Estados en 2004, de los que ocho pertenecían a los antiguos Países de Europa Central y Oriental (PECO) y dos más en 2007 (Rumanía y Bulgaria). Para frenar dicha expansión, Rusia aplicaría medidas cada vez más dramáticas, que incluyeron la reducción del abastecimiento energético en pleno invierno a Ucrania y a algunos países occidentales, en 2006 y 2009, y la Guerra en Georgia en 2008. La transición de esta década a la siguiente vendría marcada por otros acontecimientos, siempre percibidos por Rusia en negativo: las Revueltas Árabes. Las Revueltas Árabes, la Guerra en Siria y sus consecuencias Si Rusia había vivido con preocupación las Revoluciones de Colores —en escenarios que iban desde Ucrania (Revolución Naranja) hasta Kirguistán, pasando por Georgia (Revolución de las Rosas)—, el estallido de las Revueltas Árabes desde el otoño de 2010 no haría sino acrecentar la inquietud de Moscú y confirmar que era una gran campaña de desestabilización, alimentada como la anterior desde Occidente, que contribuía a alterar en negativo su entorno más o menos inmediato. Elemento agravante fue en esta ocasión el hecho de que Turquía pasaba a jugar un papel proactivo de la mano del presidente Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2002, animando dichas Revueltas Árabes. Si el papel turco preocupaba al Kremlin en escenarios como Libia o Egipto, más lo haría cuando Ankara se posicionó como dinamizador de las revueltas en Siria, país considerado desde antiguo como firme aliado de 6 Julio


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