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de guerra -pabellón español, bandera nacional, bandera de mis bajeles de guerra, bandera real- han sido utilizadas selectivamente en algunos estudios para sostener el nacimiento entonces de la “bandera nacional” en el sentido aplicado en la posterior Monarquía Parlamentaria. En realidad, al repasar las banderas de los diversos Regimientos -coronelas y batallonas blancas, con excepciones, en Infantería; estandartes rojos en Caballería y Dragones, con excepciones; coronela blanca y batallonas azules en Artillería, y al revés en la época de Godoy; y ambas moradas-granate en Ingenieros- permiten concluir que la nueva bandera rojo-amarillo-rojo tan sólo era otra de las banderas “asignadas” por el Rey a una parte concreta de su fuerza militar tal como correspondía a un Ejército “real” y no “nacional”; por ello, las nuevas banderas navales sólo indicaban “este buque –de guerra, mercante o corsario, según su bandera específi ca- pertenece al rey de España”. La consecuencia de asignar poco después la bandera naval de guerra a los castillos de la costa e instalaciones de la Armada empezó, probablemente sin pretenderlo, el proceso de identifi car un ámbito territorial, de momento, las fronteras marítimas. La bandera de los castillos costeros guarnecidos por el Ejército y la de la Armada se diferenciaban sólo por la distinta representación de las armas reales en ellas, cuarteladas en el primer caso y 72 Armas y Cuerpos Nº 129 partidas en el segundo. Antes de fi n del siglo XVIII se vio la bandera rojo-amarillorojo en los campamentos del Ejército en la guerra contra la Convención francesa y a principios del XIX, o antes, se izaba también en fortifi caciones fronterizas. Con ello, el proceso se completó: en las costas y en las fronteras terrestres se izaba una misma bandera rojo-amarillo-rojo que decía ya de modo general e interpretado adecuadamente por todos, españoles y extranjeros: “aquí empieza el territorio de España”. SÍMBOLO DEL ÁMBITO POPULAR La sacudida causada en los españoles por la invasión francesa de 1808 y la entendida como equívoca actuación del rey y las más altas autoridades, provocó la aparición de nuevos sentimientos populares. Un caso signifi cativo de los que se buscaba excitar para facilitar el alistamiento nos lo proporciona la bandera “de recluta” del Batallón de Voluntarios de Fernando VII de Valencia –rojo, amarillo, rojo-, que buscaba un nuevo tipo de español: el que empezaba a ser consciente de su propio protagonismo y dejaba de ser súbdito. De acuerdo con los estudios del eminente vexilólogo, ya desaparecido, Carlos Fernández Espeso, tras la guerra de la Independencia el pueblo llano fue haciendo un uso creciente de los colores rojo-amarillo-rojo al sentirse representado en ellos, por ejemplo, cuando engalanaba sus calles en las fi estas patrióticas y populares o, también, decorando las plazas de toros, las banderillas y las mulillas para la Fiesta Nacional y en otros detalles, como en la pintura en espirales rojas y amarillas de las astas de las banderas exteriores de los ayuntamientos de partes de Castilla. Una anécdota del sentimiento popular acerca de la bandera nacional nos lo proporcionan unas monjas españolas de La Habana que a principios del siglo XX no aceptaban como españolas las banderas de nuestros buques mercantes que allí recalaban, pues sus listas eran amarilla-roja-doble amarilla-rojaamarilla, ligeramente diferentes de la nacional. La bandera para los buques de guerra de 1785 tenía el escudo “partido” -sólo un castillo y un león- y desplazado hacia el asta para mantenerlo bien visible aunque la bandera quede desgastada al ondear. La bandera original, que muestra dudas sobre las proporciones de los colores, se conserva en el Museo Nacional de Buenos Aires.


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