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Asalto a un castillo en el Beato de San Pedro de Cardeña. Es posible observar a varios soldados demoliendo la fortifi cación. Museo Arqueológico Nacional, Madrid. De cara a tener éxito en su cometido, era preferible que la excavación del fi nal de la obra se hiciera coincidir con la oscuridad de la noche o que fuera simultaneada con un ataque de distracción sobre los muros. Armas y Cuerpos Nº 129 83 muros, de modo que la guarnición tuviera mayores problemas para localizar la trayectoria que seguía el túnel. No obstante, y a pesar de todas estas precauciones, fueron desarrolladas diferentes estrategias para conocer el punto exacto en el que se estaba llevando a cabo la excavación. Tan sólo con un conocimiento preciso de la ubicación de los trabajos enemigos era posible ponerles fi n. La primera de ellas pasaba por la colocación de escudos en el suelo a lo largo de todo el perímetro interior de la muralla. A causa de su especial construcción captaban hasta la menor vibración de la tierra que había debajo del sitio en el que se habían colocado. Cualquier movimiento delataba con máxima precisión la presencia enemiga en el subsuelo, ayudando a localizar a los invasores en un corto espacio de tiempo. También resultaba útil la colocación de recipientes con agua dentro de los muros y próximos a las murallas, muy sensibles a cualquier movimiento que tuviera lugar bajo tierra. Pronto las ondas ponían en evidencia el lugar a través del que avanzaba la mina. Otra opción curiosa era la disposición de tambores en el suelo. Sobre ellos se colocaba un guisante, de modo que cualquier mínima vibración hacía que saltara y delatara la posición de los asaltantes. Una vez los defensores sabían el lugar exacto en el que estaba trabajando el enemigo, llegaba el momento de pasar a la acción. La única forma efectiva de contrarrestar las minas era con la realización del contraminado. Después de saber hacia qué lugar se dirigían las obras de minado, los sitiados construían desde el interior túneles para tratar de interceptar los excavados por los asaltantes. Sin embargo, esta estrategia de contraminado, aunque era la única capaz de garantizar la intercepción de las obras subterráneas, también arrastraba una serie de problemas, que no pueden ser considerados menores. En muchas ocasiones eran tantos los túneles excavados por parte de los sitiadores y de los sitiados, que, a pesar de tener éxito en la estrategia defensiva, las cimentaciones de las murallas quedaban seriamente debilitadas y podían terminar por venirse abajo. Pero, el verdadero interés táctico llegaba cuando las obras de minado y las de contraminado se encontraban bajo tierra. Tras tomar contacto ambos contingentes armados solía llegar el enfrentamiento, que podía incluso adquirir la entidad de una auténtica batalla. A causa del reducido espacio en el que se combatía y de la escasa visibilidad presente, en las minas solía predominar el combate cuerpo a cuerpo, para el que se empleaban armas cortas. No obstante, en algunos casos, y cuando las dimensiones de la obra lo permitían, también tenemos incluso documentado el empleo de piezas de artillería ligera, como por ejemplo las ballesta de torno. Del desenlace de este combate dependía que unos u otros alcanzaran sus objetivos. Era mucho lo que había en juego, por lo que no se escatimaban esfuerzos ni recursos para lograr los fi nes propuestos. A menudo en la mayor parte de los asedios tenía lugar una batalla en superfi cie y otra muy diferente bajo tierra.


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