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este tipo de estrategia en sus primeros compases. Ya en relieves neoarisios datados en el siglo IX a. C. es posible apreciar soldados llevando a cabo tareas de minado sobre los muros de plazas fuertes. Griegos y romanos continuarían con su uso, convirtiéndose en uno de los muchos recursos a utilizar, siempre que las condiciones geográfi cas así lo permitían. En Época Antigua las piezas de artillería carecían de la potencia sufi ciente como para demoler tramos completos de murallas, lo que obligaba a recurrir a arietes y minas para su ruptura. De ahí la importancia que adquirieron los trabajos de minado. Durante la Edad Media no se interrumpiría el empleo de las minas, convirtiéndose en una de las estrategias más comunes durante las Cruzadas en Tierra Santa. La escasez de material constructivo para poder erigir torres de asedio de grandes dimensiones u otros recursos poliorcéticos, condujo a que el trabajo de minado resultara una de las opciones más viables en la mayor parte de las ocasiones. En Época Moderna sería, junto al bombardeo artillero por parte de los cañones, el único medio de lograr la apertura de brechas practicables en los muros para el asalto de la infantería. No obstante, desde fi nales del siglo XV cambió el planteamiento de las minas. Si antes el objetivo era socavar la cimentación y prenderle fuego al entibado de madera que se había construido 86 Armas y Cuerpos Nº 129 debajo, la aparición de la pólvora introdujo notables cambios. Ahora la prioridad era alcanzar la base de los muros enemigos y colocar en ella una carga explosiva que los hiciera saltar por los aires. A causa de la introducción de la pólvora también se vieron modifi cadas el resto de estrategias. Esa explosión de las minas normalmente solía producirse unos instantes antes de que llegara el asalto de los sitiadores sobre los muros, de modo que se aprovechara al máximo el factor sorpresa que había provocado la defl agración. Sin embargo, la guarnición de la plaza no estaba en inferioridad de recursos, puesto que también podía dejar que el enemigo asaltara las murallas y, una vez que estaba encima de ellas, hacerla saltar un tramo de ellas por los aires. El empleo de esta estrategia podía provocar una auténtica carnicería entre los contingentes enemigos de vanguardia. Pero, el uso de las minas en la Península Ibérica ya no se interrumpiría incluso hasta la Época Contemporánea. Sus últimos empleos documentados tuvieron lugar durante la Guerra Civil Española, destacando su uso en el sitio del Alcázar de Toledo o en el de Teruel. Recurso importante, y en muchos casos desconocido, la guerra de minas fue una de las estrategias dominantes en la guerra de asedio durante toda la Historia. Son millares los casos documentados, en los que los ejércitos recurrieron a esta estrategia para tratar de doblegar la resistencia de recintos amurallados por todo el mundo. Su elevado uso condujo a que se convirtiera en la estrategia más longeva y prolongada en el tiempo, de entre las múltiples a la que podían recurrir los contingentes armados. Sus últimos empleos documentados tuvieron lugar durante la Guerra Civil Española, destacando su uso en el sitio del Alcázar de Toledo o en el de Teruel.


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