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37 completó 15 salidas, y 14, el 22, arrojando en ellas más de 1.000 kilos de bombas. El 23, ya con el ejército en plena retirada, despegaron en las primeras horas los cinco aeroplanos pilotados por los capitanes Fernández Mulero y García Muñoz, y los tenientes, Ruano, Vivanco y Barrón en misión de bombardeo de las concentraciones enemigas de los alrededores de Dar Drius, debiendo además reconocer la zona de combate. Realizado el servicio, regresaron a Zeluán donde tomaron tierra todos los aparatos menos el del jefe de la escuadrilla, cundiendo la alarma, ya que la última vez que había sido visto era internándose en un profundo barranco entre Ben Tieb y Dar Drius, para bombardear a un fuerte contingente enemigo. Cuando ya se temía lo peor, con un retraso de más de media hora respecto a los otros aparatos tomó tierra con el avión marcado por ocho impactos de bala. Desde Drius el general Navarro ordenó para aquella tarde que se bombardearan los puntos donde se observaran concentraciones enemigas, especialmente las posiciones de Tugunt y Axdir-Asus. El teniente Ruano marchó con el camión a Melilla para traer bombas, y se dispuso una nueva salida para las dos y media de la tarde, ya que se habían visto entre Dar Drius y Batel fuerzas de caballería que, probablemente, eran la vanguardia de la columna del general Navarro retirándose sobre el último punto. Para este servicio autorizó el capitán Mulero a los pilotos a descender por debajo de los consabidos 500 metros si lo consideraban oportuno, y la misión se realizó regresando todos los aparatos alcanzados por el fuego de fusil, uno de ellos con 14 impactos, resultando herido el teniente Luis Montalt, observador del jefe de la escuadrilla. El capitán Mulero se encontró al tomar tierra con una orden del jefe de E.M. para que se presentase en la comandancia general a las 6 de la tarde, marchando inmediatamente para Melilla, dejando orden al capitán García Muñoz de que “en caso de no existir alguna novedad extraordinaria, los oficiales y el resto del personal volante marcharan a la plaza a pernoctar”. En la comandancia general informó al jefe del E.M. de los resultados de los vuelos del día, y aunque no se habían observado núcleos enemigos en la retaguardia de Batel, hasta Zeluán, las tropas habían sido vistas entrando con orden en Batel, lo que parecía denotar que no existía riesgo especial. Se estudió la posibilidad de retirar la escuadrilla a algún campo de retaguardia. El de Nador, que ya empezaba a utilizarse y tenía buenas condiciones para el vuelo, estaba a solo 13 kilómetros de distancia de Zeluán, pero no disponía de instalaciones y era más difícil de defender, y en Melilla, la hípica era de muy reducidas dimensiones, y Rostrogordo requeriría bastantes trabajos para poder ser utilizado. El jefe de E.M. prometió al capitán Mulero que al día siguiente reforzaría con alguna tropa la guarnición del aeródromo. Aunque, insistía, no creía que fuera necesaria, ya que la retirada terminaría en la línea del río Kert. En doce horas cambió totalmente la situación. Al amanecer del día 24, la línea del Kert había desaparecido y el enemigo, salvo un pequeño cinturón defendido por débiles fuerzas en torno a Melilla, dominaba todo el territorio en el que quedaban unos pocos islotes defendiéndose. Uno de ellos al aeródromo de Zeluán, en donde el teniente observador Manuel Martínez Vivancos, oficial de servicio, que contaba con el alférez de Ingenieros Ángel Martínez Cañadas, 3 sargentos y 43 cabos y soldados, adoptó las necesarias disposiciones de defensa. Cuando al amanecer de ese día, el capitán Mulero trató de dirigirse al aeródromo, su coche fue tiroteado desde que salió de Melilla al llegar a la segunda Caseta ya había recibido cinco balazos en la carrocería por lo que hubo de desistir y regresar a la plaza, donde solicitó del alto comisario, que había llegado a la prácticamente sitiada plaza para conocer de cerca la magnitud del desastre, que alguna fuerza del tercio de las que desde la zona occidental habían llegado por barco, les acompañara a él y a los pilotos para salvar el material. El general Berenguer, después de alabar el alto espíritu que la petición del capitán Mulero conllevaba, no autorizó la salida que, por otra, parte no habría tenido éxito. En el aeródromo estaba su guarnición más el refuerzo que el capitán Carrasco Egaña, jefe militar de Zeluán, había enviado a la misma, una media sección de caballería del regimiento Alcántara, mandados por el alférez Maroto y Pérez del Pulgar. Tenían dos problemas los víveres y las municiones, pero tenían agua. Sin embargo, en la alcazaba de Zeluán, donde se hallaba el grueso de la fuerza militar allí concentrada, unos pertenecían a la guarnición, otros, había arribado camino de Melilla escoltados por la caballería del Alcántara; tenían un problema; la carencia de agua. El pozo del aeródromo estaba ubicado en un lugar próximo, pero muy batido por el fuego rifeño, ya que estos conocían de la necesidad del agua. Por eso, para menor exposición al fuego enemigo, la aguada se efectuaba de noche, sufriendo, por eso, la fuerza encargada de la misma, numerosas bajas. En la noche del 27 de julio, un soldado del Regimiento de Caballería de Alcántara 14 se presentó voluntario para llevar un mensaje escrito al jefe de la alcazaba de Zeluán. En él, el teniente Martínez Vivancos, solicitaba víveres y municiones para el aeródromo, regresando al Aeródromo con una nota en la que el capitán Carrasco contestaba que podían ir a recoger tanto los víveres como las municiones, pero que le hiciera llegar agua ya que en la alcazaba no tenían ya reserva de tan preciado líquido. El teniente Martínez Vivancos ordenó rápidamente que se hiciera servicio de aguada para suministrarla a la alcazaba. Ante la alarmante situación se inició el servicio de aguada, pero que en esta ocasión hubo que hacerlo a la luz del día. Los soldados de aviación Francisco Martínez Puche e Isaac Eguiluz Mas se ofrecieron voluntarios para transportar en un autoaljibe agua a la alcazaba y regresar al aeródromo con víveres y municiones. Francisco Martínez Puche Nació en Yecla, Murcia, el 18 de febrero de 1897 en el seno de una familia humilde, de escasos recursos, por lo que se vio obligada a emigrar a Barcelona, donde Francisco consiguió especializarse como mecánico y conductor de automóviles. El 1 de agosto de 1918, fue declarado soldado. En 1919 se le destinó a las tropas de Aeronáutica, en el Aeródromo de De Havilland DH-4 en vuelo


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