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Santuario della Santa Casa Loreto Adriático, a Marca de Ancona (Italia). En las lecturas piadosas a esta segunda singladura se le llama “el milagro de la segunda traslación”. La casa fue a parar a los terrenos de una noble señora, llamada Laureta. De aquí toman el nombre tanto la advocación -Nuestra Señora de Loreto- como la pequeña ciudad crecida a sus pies, o el santuario erigido en su honor. Incluso las letanías mediante las cuales, al rezar el rosario, se ha venido expresando a lo largo de los siglos la devoción de nuestros pueblos, son litúrgicamente conocidas como “letanías lauretanas”. La nueva devoción arraigó enseguida y las peregrinaciones se multiplicaron, con los consiguientes problemas de inseguridad y asaltos. Por tal motivo, ocho meses después, la Casa fue aupada otra vez por los ángeles, y trasladada en esta ocasión a la colina de unos condes, llamados Stefano y Simeón Raineldi. Se inicia así un pleito acerca de la titularidad del venerado edificio: ¿quién era el legítimo propietario? ¿La señora Laureta o el condado? La disputa fue zanjada definitivamente por los ángeles cuando, sin previo aviso, decidieron transportar de nuevo la Casa, y asentarla sobre un monte de piedras cercano a Recanati. Allí ha permanecido hasta el presente. Esta piadosa tradición, con sus inequívocos tonos medievales, sustenta la devoción de un bellísimo Santuario, levantado en el siglo XIV. En su interior se cobija la Santa Casa, donde está entronizada la imagen de Nuestra Señora de Loreto, ataviada con una túnica tradicional. Llama la atención el color oscuro de la imagen. Las lámparas de aceite que, a lo largo de los siglos, se han empleado para alumbrar la capilla, sin duda han contribuido con su hollín a oscurecer la talla original de madera. Pero resulta inevitable acordarse también, al contemplar el rostro moreno de la Virgen de Loreto, de aquellos versos del Cantar de los Cantares donde se dice: “Soy negra, pero hermosa, muchachas de Jerusalén”. Este pasaje bíblico, muy popular en la Edad Media, facilitó la proliferación de “vírgenes negras” por toda la Europa occidental, con múltiples y conocidos ejemplos en nuestra Patria. El 24 de marzo de 1920 el Papa Benedicto XV proclamó a Nuestra Señora de Loreto Patrona de los aeronautas y aprobó una bendición especial. Siguiendo su estela, el Rey Alfonso XIII, ese mismo año, puso el Servicio de Aeronáutica Militar bajo ese mismo patronazgo. A modo de curiosidad merece citarse que la imagen es una réplica, ya que la original fue devorada por un incendio en 1921. La actual -obra de Leopoldo Celani- fue tallada a partir de un cedro libanés de los jardines vaticanos. Este detalle parece un eco de la veneración lauretana de los últimos pontífices, que nunca han dejado de solicitar la intercesión de la Virgen de Loreto para que, como dijo San Juan Pablo II: “al surcar los cielos, los aviones propaguen en el espacio lejano la alabanza del nombre del Señor, que camina sobre las alas del viento, y cuya gloria narran los cielos”. Diciembre - 2019 Armas y Cuerpos Nº 142 91


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