LA ÚLTIMA AVENTURA
DE ELCANO
Víctor M. SAN JUAN SÁNCHEZ
Capitán de yate
Antecedentes
QUEL lejano septiembre de 1522 no había hecho
la destartalada nao Victoria sino rematar la primera
—e increíble— vuelta al mundo, dejando muda
de asombro a toda la Cristiandad, cuando ya se
suscitaron las más enconadas disputas políticas en
todas las cancillerías europeas. La más notable
fue, sin duda alguna, la pugna por la propiedad de
la «mina de oro» de la época, las especias de las
islas Molucas, que reclamaban para sí España y
Portugal. El Tratado de Tordesillas de 1494 había
quedado en poco más de un cuarto de siglo
completamente anacrónico y se hacía necesario
establecer fehacientemente una nueva línea de
demarcación.
A tal fin, el emperador Carlos V propuso a los
portugueses celebrar una nueva cumbre entre
Elvas y Badajoz (frontera hispano-lusa) durante la
primera mitad del año 1524. En la comisión española figuraron ilustres como
Hernando Colón —hijo del descubridor del Nuevo Mundo— y Juan Sebastián
de Elcano, reconocido a la sazón como el más prestigioso navegante oceánico.
Por desgracia, la iniciativa resultó inútil: las posiciones de partida para negociar
de ambas delegaciones eran tan duras que hacían imposible avenirse a
acuerdo alguno.
Así las cosas, el rey decidió —como ya hiciera su abuelo Fernando el
Católico— proceder a hechos consumados enviando una nueva armada,
mucho más potente, por la misma derrota que la expedición Magallanes.
Como correspondía, Elcano solicitó de inmediato el mando, pero el emperador,
consciente de que uno de los más graves problemas de la navegación en
la época era mantener sujetas a las tripulaciones, se decidió por una jerarquía
coherente capaz de mantener la disciplina, nombrando comandante de la flota
al comendador frey García Jofre de Loaysa, con el que firmó capitulaciones
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