MISCELÁNEA
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el año 139 a. de C. rechaza el acuerdo de paz contraído
entre los numantinos y Pompeyo y, a su vez, toma la
decisión de continuar la guerra. A su vez, el Senado
tenía un exacto conocimiento de quién era Pompeyo,
tanto desde el punto de vista de estratega, como del de
político y del de diplomático. El Senado cesó a Pompeyo,
de forma fulminante, y nombró como sustituto
suyo al antiguo cónsul Marco Popilio Lenas y, por
tanto, rechazaba los acuerdos entre Pompeyo y los numantinos,
ya que el Senado deseaba, a toda costa, que
se continuara la guerra. Sin embargo, Popilio tampoco
fue, ni como militar ni como político, un personaje
de relieve ya que la guerra contra Numancia la eludió
y se dedicó a tentar a los lusones que eran vecinos de
los numantinos. A los pocos meses, avergonzado el Senado
nombró como sustituto de Popilio a Hostidio
Mancino. Tiempo tendría el Senado de avergonzarse
más pues Mancino fue aún peor que Pompeyo. El historiador
Apiano trataba estos acontecimientos así:
“Mancino trabó combate con los numantinos, pero
fue vencido muchas veces, y, por último, después de perder
mucha gente, se refugió en el campamento. Se esparció a
la sazón el falso rumor de que venían en auxilio de Numancia
los cántabros y los vácceos, por lo que Mancino,
lleno de temor, permaneció toda la noche con las luces
apagadas y huyó al cabo a un lugar desierto, donde en
otro tiempo estuvo el campo atrincherado de Nobilior.
Cuando llegó el día, los numantinos le hallaron encerrado
en él mismo, sin estar prevenido de las cosas necesarias
ni tener fortificado el lugar. Las gentes de Numancia rodearon
entonces a las huestes romanas, y, amenazándoles
con matarlos a todos si no pactaban la paz, se hizo ésta,
tratando de igual a igual numantinos y romanos. Juró
Mancino la paz a las gentes de Numancia, pero al conocerse
ésta en Roma, la llevaron a mal por sus condiciones
vergonzosas. Enviaron entonces a Iberia otro cónsul,
Marco Emilio Lépido, y llamaron a Mancino para someterle
a proceso. Con él fueron a Roma de nuevo legados
enviados por los numantinos”.
Emilio Lépido, una vez que pisó Hispania, en vez
de llevar la guerra contra Numancia, optó por atacar a
los vacceos a los cuales acusó de llevar víveres a los numantinos.
Al poco tiempo puso sitio a Pallantia (Palencia)
y lo que Lépido supuso iba a ser una maniobra
sencilla y de corta duración, se convirtió en un asedio
largo e infructuoso y su prolongación dio origen a un
coste de numerosas bajas romanas, con lo que Emilio
Lépido pasó a formar parte de la lista trágica de los
derrotados. Roma hizo regresar urgentemente a Lépido
al que juzgó y condenó a regresar nuevamente a
Numancia y, a su vez, a resarcir, en compensación, una
elevada cantidad de dinero en plata.
Anteriormente se contempló la sustitución de
Mancino por unos acuerdos de paz vergonzosos habidos
con los numantinos y que el Senado rechazó
rotundamente. Mancino fue juzgado y condenado
a ser entregado a los numantinos, de tal suerte que
estos rechazaron aquella decisión de Roma. Mancino
permaneció todo un día desnudo a las puertas de la
ciudad soportando las burlas e insultos de numantinos
y romanos.
Al Senado de Roma le afloró un enorme cansancio
ante aquella situación vergonzosa y viendo que su
orgullo estaba en entredicho y, a su vez, que el pueblo
también estaba cansado de tantas vejaciones, decidió
tomar una postura de punto final. Como primera medida
El Senado pidió a los tribunos de la plebe hicieran
caso omiso de la legislación relativa a la edad
consular y designaron, por mayoría absoluta y además
con la más plena anuencia popular, cónsul a Publio
Cornelio Escipión Emiliano. Como segunda medida
se ordenaba al nuevo cónsul su inmediato traslado a
Hispania con el fin primordial de terminar la sangría
de Numancia y poner fin a la permanente humillación
romana. Era de tal manera la situación que se vivía en
Roma que existen testimonios históricos, como el de
Tito Libio, que reflejaba lo declarado en el Senado por
Quinto Cecilio Metelo: “…había desconcertado, hasta
tal punto, a los ciudadanos que no se encontraba a nadie
que aceptase el tribunado o que quisiera ir como legado”.
El historiador Orosio se expresaba aún con más crudeza:
“...Se adueñó de todos los romanos un miedo cerval a
los celtíberos…Me limitaré a recordar el terror delirante
que había embotado al soldado de Roma, hasta el punto,
de que ya no podía retener sus pies ni afirmar su ánimo
para afrontar un ensayo de batalla, sino que, llegado a la
vista de los hispanos, los enemigos por excelencia, se daba
a la fuga y se creía vencido casi antes que visto”. Roma (el
pueblo, el Senado y el propio ejército) vivía los sucesos
de la conquista de Hispania con verdadero terror.
Entre 150.000 u 200.000 combatientes romanos se
ha calculado como víctimas de la guerra mantenida
por Roma contra los celtíberos y todo ello como consecuencia
de la agresiva política del Senado, ya que no
quería reconocer pactos refrendados entre los cónsules
indígenas.
Escipión Emiliano fue siempre partidario de una
política de conquista. La guerra en Hispania le interesaba
para prosperar personalmente y, con anterioridad,
se había ofrecido voluntario para acompañar al
cónsul Licinio Lúculo como consejero. Después del
prestigio que alcanzó en una guerra como la de Cartago
y que los romanos la consideraban interminable, se
convertiría en el primer político de Roma.
Desde su designación como cónsul Escipión realiza
sus movimientos con suma cautela. No se arriesga a
cometer la más mínima equivocación. En los inicios,
se niega a aceptar un ejército procedente de la lista de
ciudadanos inscritos para el servicio militar y el Senado
le permite escoger voluntarios, llegando a reunir