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memoria colectiva de los miembros
del arma de Ingenieros, si bien no en
exclusividad, pues por sus aulas también
han pasado alumnos de los institutos
armados de Infantería, Caballería,
Dragones y Artillería. La razón
para ello es que durante 83 años fue el
único centro de enseñanza que existió
en España para la formación e ingreso
en las filas del Real Cuerpo de Ingenieros.
El Real Cuerpo de Artillería también
se nutrió de oficiales egresados de la
Academia de Matemáticas de Barcelona,
si bien mantenía una clase específica
de Artillería en la Ciudadela
de Barcelona desde 1725, a cargo de
Guillermo Corail, y se desligaron de la
Academia de Matemáticas con ocasión
de la creación de una academia
específica para la formación de oficiales
de Artillería en Segovia en 1751.
La llegada a España de una nueva dinastía
para regir los destinos patrios
demandó desde el primer momento
la formación de técnicos preparados
para hacer frente a las innumerables
necesidades de defensa de los territorios
peninsulares, americanos y
asiáticos pertenecientes a la Corona,
así como para afrontar la modernización
de las vías de comunicaciones,
reforzar las rutas marítimas oceánicas
y afrontar el renacimiento de la
minería. Los alumnos de la Academia
de Matemáticas de Barcelona fueron
el instrumento utilizado por los reyes
borbones y sus ministros para diseñar
y ejecutar las grandes obras de
modernidad del país, fruto del despotismo
ilustrado que animaba a los
monarcas. Esta política fue iniciada
por el ministro Patiño en 1728 y seguida
por el ministro José Campillo
en 1734.
Las ideas de ambos ministros fueron
recogidas por el marqués de la Ensenada,
quien organizó las fuerzas y recursos
del país con el objetivo de desarrollar
una potente Marina de guerra
que protegiera las costas y el comercio
marítimo, sin descuidar el desarrollo
económico necesario para su
sostenimiento, y con ello dio cabida a
proyectos concretos en los ámbitos de
los caminos, puentes, fábricas y edificios
civiles para el fomento de la industria
y el comercio. A partir de 1743,
el marqués convirtió el Ejército y la Armada
en los motores de un auténtico
plan de desarrollo. Para ello contó con
la importante aportación de la Academia
de Matemáticas de Barcelona,
que no solo formaba ingenieros militares,
sino que además supervisaba
las actividades docentes y proyectos
de obra de otras instituciones como
la Real Academia de Nobles Artes de
Plano de la ciudad de Pamplona