lo empezaron a utilizar contra sus enemigos
musulmanes del Ándalus. Algunos afi rman que en
la batalla de Las Navas de Tolosa, pero no hay
datos seguros que lo certifi quen y temo que tal
invocación al apóstol sea todavía más tardía.
Tampoco aparece en el Cantar del mío Cid. A
fi nales del siglo XIII, en uno de los romances de los
Infantes de Lara, podemos leer:
Los infantes lo reciben
con sus adarmes y lanzas
¡Santiago, cierra, Santiago!
A grandes voces llamaban
que puede ser el inicio de la invocación.
El historiador René Quatrefagues recoge dos
relatos, ya del siglo XVI, en los que se pide también
la intervención del apóstol. Los reproduce en Los
Tercios (Ediciones Ejército. Madrid, 1983). Asegura
que, hacia 1567, antes de entrar en combate y
después de la oración tradicional, efectuada
rodilla en tierra, la formación estallaba con el
grito tradicional de ¡Santiago, Santiago! ¡España,
España! (página 435). El segundo lo sitúa en
Santiago con el brazo articulado para armar a los caballeros
(Monasterio de Santa María de las Huelgas de Burgos)
Gembloux (31/I/1577), donde Alejandro Farnesio,
sin autorización de Don Juan de Austria, se lanzó
al combate gritando Santiago y cierra España
(nota 42).
La Caballería española aún conserva dicha
invocación, asumida como lema propio y
recogida también en la letra de su himno. A veces,
no ha sido bien interpretada. Cerrar signifi ca
acometer, atacar o, incluso, cerrar el espacio
entre la línea propia y la del enemigo. Su expresión
correcta en español actual sería: ¡Santiago, y
cierra, España! La conjunción copulativa tendría
en este caso carácter inclusivo.
Mis lecturas sobre la tradición de Santiago
acabaron por afi anzarme en la convicción
de que pudo venir a España y que incluso esté
enterrado en Compostela; es, además de
posible, probable. Desde luego, dispuso del
tiempo necesario, pues desde la crucifi xión de
Jesús en el año 30 hasta la pascua del año 43,
en la que fue ajusticiado, transcurrieron 13 años.
En este artículo no puedo detenerme en describir
todos los argumentos que me llevaron a aceptar
su trasfondo histórico y asumir su patronazgo
para España y su Caballería. Solo decir que las
excavaciones han confi rmado un culto cristiano
intenso a una sepultura de una personalidad de
los dos primeros siglos de nuestra Era. El edículo
sepulcral estaba dedicado, en principio, a una
dama y su construcción se ha datado en un
tiempo comprendido entre los siglos I y II. Por otra
parte, en 1879, López Ferreiro y Labín Cabello
descubrieron en el ábside de la actual catedral
románica, el cadáver de un decapitado, sin
la apófi sis mastoidea derecha, y dos restos
humanos más, que serían de Teodoro y Atanasio,
sus discípulos según la leyenda. El obispo Gelmírez
había donado la citada reliquia del apóstol, a la
catedral de Pistoya (Italia) en el siglo XI, lo que
permitió su identifi cación.
Además, en las excavaciones realizadas entre
1946 y 1959 por Francisco Iñiguez, Chamoso
Lamas y Pons Sorolla, bajo la dirección del
obispo Guerra Campos, se descubrió la lápida
sepulcral de Teodomiro, el obispo que certifi có
el descubrimiento. Recientemente, en 1988, fue
hallado el tapón de una “fenestella” martirial
con la inscripción en griego de Atanasio mártir,
además de otras inscripciones arameas. Incluso,
el sepulcro del Apóstol había estado cubierto
con un mosaico de mármol, que, analizado
por el profesor Isidoro Millán González-Pardo,
lo dató de la segunda mitad del siglo II. La
hipótesis priscilianista quedaba defi nitivamente
desautorizada. Evidentemente, sería
políticamente correcto decir que hay un 50% de
posibilidades y probabilidades, pero no sería justo,
pues la arqueología ha proporcionado datos
que favorecen la base histórica de la tradición y
las teorías en contra tienen una argumentación
mucho más insegura.
Noviembre - 2020 Armas y Cuerpos Nº extraordinario 2020 55