ENTREVISTA
lo habrá heredado. Pero que le guste tanto
no creas que me tiene muy tranquilo.
Cuarenta años son pocos…
Son un huevo… Digo yo que son pocos
para quedar bien. (Risas)
¿Ha cambiado mucho el Bertín de entonces
respecto al de ahora?
Una barbaridad, como todo. No soy el
de los 23 cuando empecé. Era un venado
peligrosísimo con esa edad, y ahora sigo
siéndolo, pero menos peligroso. Pienso
las cosas un poquito más antes de decirlas.
Realmente soy el mismo, pero con algunos
matices.
¿Pensó en algún momento que llegaría
a lo que es hoy?
Siempre pensé que iba a funcionar, aunque
nunca que serían cuarenta años.
Pensé que me iban a dar la patada antes,
pero aquí sigo, cuarenta y un años
después.
Desde la Fundación Bertín Osborne
están impulsando gran cantidad de
proyectos para ayudar a personas con
discapacidad y sus familias…
Las fundaciones existen porque no se
ayuda como se debería a las personas
con lesión cerebral. Mi exmujer, con la
que tengo una relación muy cercana, lleva
la nuestra y lo hace divinamente. En
este momento estamos ayudando a más
de 2.000 familias, con niños y niñas como
mi hijo, con unas carencias y unas necesidades
tremendas. Una familia normal,
con un niño como el mío, no tiene dinero
para las terapias y ayudas que necesita.
¿Cuántas familias se pueden gastar 6.000
euros en una silla de ruedas para un hijo
o una hija?
¿Hasta qué punto son importantes los
valores en la vida de una persona?
Los valores profesionales no me preocupan
nada, pero sí los personales. Estos
te los tienen que enseñar primero en tu
casa, no en el colegio. Una de las cosas
que más me gustaba del Ejército es cómo
sale la gente de educada. Cuando estaba
en el cuartel, llegaban algunos que
parecían becerros y salían hechos tíos.
También había mucha gente del campo,
que aprendió cosas que en su vida normal
cotidiana no lo habrían hecho nunca.
El Ejército era el mejor colegio que había
con esa edad.
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