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MEMORIAL INGENIEROS 90

JULIO 2013 203 Se recupera una entrañable tradición En el mes de noviembre del pasado año, el teniente general (R) D. Agustín Quesada Gómez, presidente de la Comisión de Estudios Históricos del Arma de Ingenieros, me propuso retomar una tradición inveterada del Arma que, por motivos que ambos desco-nocíamos –pero, en cualquier caso, difícilmente comprensibles–, se había perdido hacía ya algunos años. Consiste dicha tradición en cumplimentar, con ocasión de la Pascua Militar, al componente del Arma de Ingenieros de mayor edad entre los residentes en la guarnición de Madrid. Creo –y el propio TG. Quesada podrá confirmarlo– que le di un “sí” rotundo antes in-cluso de dejarle terminar su propuesta. Mi entusiasta adhesión a su iniciativa responde a la importancia que, en mi opinión, debe darse al culto a nuestros mayores, algo que, si en la sociedad civil debería ser trascendental –y me temo que, desgraciadamente, no lo es–, en la vida militar tendría que ser elevado casi a la categoría de dogma. Es a ellos a quienes debemos el más cumplido de los tributos: el del reconocimiento –ne-cesariamente esculpido con respeto, admiración y cariño– a su apasionada dedicación para entregarnos el mejor Ejército –y, en nuestro caso, la mejor Arma– posible, como patrimonio hereditario a conservar y acrecentar para legarlo, a nuestra vez, a quienes nos sucedan, con la misma ilusión con que aquellos lo hicieron con nosotros. Esta es la razón por la cual he calificado antes de “difícilmente comprensible” la pérdida de esta hermosa tradición. Y fue así como, casi dicho y hecho, una comisión compuesta por el propio TG. Quesa-da, los también TG. (R) Antonio Martínez Teixidó y Luis Feliú Ortega y el GD. (R) Fede-rico de la Puente Sicre, y, más que presididos, secundados por quien suscribe, en mi condición de Inspector del Arma –y, por ello, responsable institucional de la custodia de nuestra historia y tradiciones–, nos presentamos el pasado 4 de enero, viernes más próximo al día de la Pascua Militar, en el domicilio del Excmo. Sr. D. Guillermo Díaz del Río Jáudenes, general de división (H), para cumplimentarle, conforme a la felizmente recuperada tradición. Nos esperaba un hombre impacien-te –les había dicho en varias ocasiones a su hijo Guillermo y a María, hija de este, quienes nos acom-pañaron en todo mo-mento: “¿Aún no es la hora?”– que, a pe-sar de nuestra insis-tencia para que no se levantara del sillón en el que cómodamente reposaban sus ¡no-venta y ocho años!, no consintió en re-cibirnos sino de pie,


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