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MEMORIAL INGENIEROS 90

JULIO 2013 95 de Arañones (Valle de Canfranc). En diciembre acabaría por causar baja en el Servicio de Automóviles de Marruecos, del que durante tanto tiempo se encontraba alejado. En enero de 1940 es destinado a la Academia de Ingenieros del Ejército (Burgos), don-de asciende al empleo de comandante por antigüedad (en realidad fue por promoción extraordinaria), como profesor del 2.º Grupo. En septiembre de 1941 es designado alumno de la Escuela de Estado Mayor, donde continuaría la realización del Plan de Estudios durante los años 1942 y 1943, siendo destinado en diciembre de este último año al EM. del Ejército de Marruecos, desempeñando sus funciones en 1945 y 1946, falleciendo este último año, el 11 de julio, a consecuencia de un “espasmo cardiaco consecutiva a una neurosis de guerra”. Epílogo Todo cuanto aquí se ha escrito lo ha sido alrededor de la personalidad de nuestro “te-niente”. Sobre aquellas facetas de su personalidad, de las conocidas por mí, y desde diferentes puntos de vista, que puedan interesar al militar en general, y más si pertenece al Arma. Con aquello que puede ser el mejor tributo que podemos dar a nuestros muer-tos, el recordarlos con una oración. Los he iniciado con los hechos en el Alcázar de To-ledo, y muy especialmente con los sucesos de la guerra de minas. Después he querido buscar el porqué de todo esto, por lo que he tenido que indagar en sus antecedentes. Su formación moral y militar en la Academia, su preparación, y luego su práctica en Marruecos, que siempre ha sido lugar muy apropiado donde perfeccionarse. Por último, su implicación en el Levantamiento haciendo de enlace entre las fuerzas del Ejército de África y aquel de la Península con el que poder contar. Hasta aquí, para llegar con la GCE al Asedio de la fortaleza. Más tarde recurro al resto de sus servicios para con el Ejército, de su historia particular, que también es nuestra Historia, que confirma su ideo-logía y disposición. Con él va el recuerdo entrañable para muchos de los lugares de sus destinos, Ceuta, el Pirineo, la Academia de la Merced, en Burgos, o la misma Escuela de Estado Mayor. Y con ello no quiero seguir pecando de corporativismo. Alguien ha dicho que la suerte es el cuidado en los detalles. Volviendo a la guerra de mi-nas, tampoco quisiera definir su análisis, en la primera parte de este largo artículo, con el parecido a un manual de explosivos y destrucciones. Definiciones propias, fórmulas de cálculo y recomendaciones específicas que, pese a cuanto de ella he suprimido, puedan seguir resultando farrragosas, cuando no sobrantes. Pues solo pretenden dar una interpretación aproximada de lo que pudo ser la guerra de minas en el Alcázar de Toledo. Asuntos todos ellos más bien cerebrales y técnicos que, como contraposición y deján-dome llevar por la vehemencia, no impiden resaltar los del espíritu, los no intelectuales (aunque resulte siempre difícil separar el “alma” de la “razón”). Y con ello termino dicien-do lo que considero justo y necesario. Como que, probablemente, no hubiera sido posi-ble escribir este casi informe de no haber conocido con cierta profundidad la actuación y el valor moral del entonces teniente de Ingenieros Barber. Su personalidad, todavía no suficientemente reconocida, pese a la repercusión que tuvo para la defensa del Alcázar, fue resultado del ejercicio de virtudes propias del militar, como son la voluntad y el cum-plimiento del deber, así como de otro valores añadidos, los del honor y el sacrificio. Para los primeros, concienciándose de aquello a lo que su profesión le obligaba. A poner todo de su parte para familiarizarse con urgencia en una especialidad hasta aquel mo-mento poco conocida. Para los otros, aferrándose a su conciencia, a la defensa de sus


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