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BIP 79 LIBROS LA MAR OTRAS VICTORIAS POR MAR CHA MISIÓN: ATALANTA EN SESIÓN CONTINUA DE LOS ESPAÑOLES El día 3 de febrero falleció en Madrid el CF. Juan Garcés, pintor de oficio y marino de vocación. Sus obras penden de las mamparas de la mayoría de nuestros buques y centros, como testimonio del apego incondicional de su autor a la Armada JUAN GARCÉS, MARINO, PINTOR, AMIGO Los pintores y los poetas gozan siempre del derecho de osar a todo. HORACIO Si tuviera que sintetizar en cuatro palabras la figura de Juan Garcés, diría que es el conquistador de las paredes de mi casa. Le conocí, hace tiempo, navegando en las aguas culturales del Madrid Marinero, cuando me liberé de la galera empresarial, a la que estuve atado durante cuarenta años, y comencé a bogar por mi cuenta rumbo a la Itaca literaria, habiendo ganado lo suficiente para no tener que pensar en encontrar allí más tesoros ocultos que los que las musas deparasen para alimentar mi alma de periodista y escritor. No puedo, por tanto, decir nada original de su etapa de marino, de la que no participé y solo sé cuanto él me contó y leí en su autobiografía Garcés visto por Garcés: Nací en Marín —declara en su libro— por orden ministerial como solemos venir al mundo los hijos de marinos: su padre era teniente de navío en 1935 y perdió la vida a bordo del Baleares, por lo que acabada la contienda civil ingresó en el Colegio de Huérfanos de la Armada para cursar el bachillerato. Y un hijo, nieto y bisnieto de marino- su bisabuelo fue el almirante Ferrándiz- ya tenía su camino vocacional fijado por la estela familiar: en 1953 ingresó en la Escuela Naval. Remo, vela, instrucción militar y marinera, estudios, clases y salidas a la mar; primero en los viejos destructores, después en el Juan Sebastián Elcano como guardiamarina, para embarcar en el Almirante Cervera cuando consiguió los galones de alférez de navío. Más tarde, los dragaminas, y Guinea, en donde siempre decía que había pasado los años más dorados de su vida, y en donde revalidó su doble profesión: la de pintor, en la que ya había hecho sus primeros pinitos como caricaturista en el madrileño Café Gijón cuando aún estudiaba bachillerato. El 10 de febrero de 1970 desembarcó del Dédalo, su último destino, para dedicarse de lleno a la pintura, tras haber vivido experiencias como la del rescate del Ariete que le valió una cruz del mérito naval con distintivo rojo. Antes de conocerle —según él me bautizó, creo que con mucha razón— yo era un tarugo en materia de gustos pictóricos. Poco a poco, mi paladar pictórico empezó a saborear tanto mis antiguas preferencias como los trinquetes, las olas o los simpáticos bicornios creados con un par de trazos geniales por Garcés, que tan bien sabía llegar a tus sentidos con la viveza y alegría de sus colores, tan fuertes como contrastados. Juan pintó muchos temas de mar, aunque su experiencia sobre la mar en la pintura española era más bien desoladora por lo poco que se ha hecho y de forma limitada y folclórica. Ahora acaba de entregar a Caronte su óbolo para pasar a la otra orilla, y estoy seguro de que, mientras esperaba en la ribera del río Aqueronte la llegada del mítico barquero, tomó el pincel en ristre y de unos cuantos trazos plasmó su figura barbuda, con la misma maestría que lo hacía con sus típicos marinos de antaño, no sin antes negociar un trueque con su pintura como moneda de cambio. MANUEL MAESTRO PRESIDENTE DEL CÍRCULO LETRAS DEL MAR IN MEMORIAM


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