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REVISTA DE HISTORIA MILITAR EXTRA COLEGIO ARTILLERIA

EL ÉXODO DEL REAL COLEGIO DE ARTILLERÍA EN LA... 145 Entrada la noche, cuando alguien llama a la puerta del Alcázar, el Colegio se pone en alerta y el centinela avisa que una dama pregunta por el teniente coronel Gil de Bernabé. Era su esposa, doña Petra Ramos Baca de Villamizar; había ido para decirle que le acompañaría, expresándole, más o menos, que lo había decidido porque ni sus hijos ni ella querían caer en manos del enemigo, porque preferían estar muertos antes que afrancesados, porque no querían ser hechos prisioneros cuando se enteraran de que eran la familia del cabecilla revolucionario, para obligarle a volver a Segovia, y porque eran parte del Colegio y con él emprenderían el viaje. En la madrugada del 1 de diciembre de 1808 se forma el Colegio en disposición de marcha. Debió hacerse de forma parecida a la siguiente: En cabeza, su director accidental, el primer profesor coronel don Francisco Dá-toli, y el profesor teniente coronel don Mariano Gil de Bernabé. A conti-nuación una sección con 48 caballeros cadetes y 7 cadetes supernumerarios en dos hileras, entre ellos Dionisio, al mando del subteniente don Carlos Miralles; después, otra sección con 17 abnegados dependientes (capellán, picador, domador, maestro de baile, tambor, pífano, ayudas de cámara, mo-zos de aseo, segundo enfermero, cocinero, ayudante de cocina y sastres) al mando del capitán don Joseph Bergara. Seguidamente las cuatro mulas cargadas, conducidas por los dependientes a turno. Flanqueando la columna, los capitanes don Antonio Miralles y don Josef de Cordova. Detrás, en un carro tirado por una mula, doña Petra Ramos, la única mujer de todos los componentes del Colegio que sigue a su marido con toda la familia, sus dos amas y seis hijos, el mayor de 12 años y el benjamín Vicente de unos días. Cerrando la expedición, el capitán don Julián Solana. Enseguida la columna se pone en marcha hacia Madrid. Ni que decir tiene, que los 7 oficiales van a pie, como el resto de la expedición, aunque llevan su propio caballo, que probablemente montarían solamente para la realización de servicios especiales, como control de la formación, descu-biertas de seguridad y destacamentos para buscar y preparar los lugares de descanso y de pernocta. Los cadetes, a pesar del madrugón y del frío parten entusiasmados, como si fueran de excursión, sin imaginar la aventura que les esperaba, aunque tristes, porque faltaban tres días para Santa Bárbara y no tendrían culto ni celebraciones. Sus profesores, conscientes de la situación de España, con la preocupación e incertidumbre reflejada en sus rostros, dicen adiós a Segovia, rezando por la suerte que les pudiera deparar el destino. Al llegar a San Rafael, después de recorrer unas siete leguas, ya iban casi todos descalzos. Probable-mente pernoctaron en la Casa de Postas de este lugar estratégico, situado en la calzada real que une Madrid con el Palacio de la Granja de San Ildefonso. Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2014, pp. 135-184. ISSN: 0482-5748


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