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REVISTA DE AERONAUTICA 829

75 aniversario EJÉRCITO DEL AIRE 1939-2014 tamente demostrada de la colaboración aérea en la marcha de la lucha terrestre, es seguro que las brillantes victorias obtenidas no habrían podido producirse en tal supuesto. Podemos concluir, por tanto, diciendo que el poder aéreo es uno de los factores que deciden la guerra terrestre, y la supremacía en el aire una condición “sine qua non” para la victoria en tierra. LA GUERRA MARÍTIMA Desde antes de estallar la guerra actual se tenía por descontado que uno de sus aspectos más interesantes había de ser el poner a prueba la eficacia del poder aéreo en su intervención en la guerra marítima. Era ésta una novedad de la guerra; pues si bien es cierto que en el pasado conflicto mundial la Aviación fue empleada en el mar y que un gran número de aviones e hidroaviones, desde bases costeras y portaaviones, realizaron continuamente misiones de exploración y vigilancia, y también en algún caso de bombardeo y torpedeamiento de buques, los resultados fueron insignificantes, como correspondía al estado embrionario de los medios aéreos de la época. El posterior progreso de la Aviación y el aumento de su potencia ofensiva hizo comprender que en adelante la acción aérea en el mar tendría mucha más amplitud e intensidad que en la Gran Guerra. Pero quedaba en pie, como una incógnita, el comprobar el valor práctico de esta acción y las repercusiones que tendría en la marcha de la guerra marítima. Durante veinte años esta cuestión fue una de las más debatidas por los teóricos de la guerra, sin que se llegara, como es natural, a ningún acuerdo concreto. A lo largo de multitud de escritos y abundantes polémicas se formaron dos tendencias antagónicas. La una mantenía que el papel reservado a la Aviación en los mares era el de simple auxiliar de las flotas, sin que su intervención pudiera modificar el desarrollo de la guerra en el mar, por lo que la decisión, conforme a los principios inmutables de la estrategia naval, seguiría estando exclusivamente a cargo de las flotas. La otra defendía que había de verse en la Aviación a una fuerza nueva en los mares que, actuando, ya en colaboración, ya con independencia de las fuerzas navales, obtendría resultados de suficiente importancia para influir en la decisión e imponer un cambio en la conducción de la guerra marítima. En cierto modo, esta discusión se ha visto transportada a la realidad de esta guerra. Pues mientras uno de los beligerantes Inglaterra, confiando en su superioridad naval y fiel a sus tradiciones marítimas, siguió en la idea de encomendar la decisión a su Flota, ayudada de una fuerza aérea propia, que es solo una parte del poder aéreo británico, el otro beligerante, Alemania –también Italia–, señaló a la Aviación el papel de compensar su inferioridad naval, al objeto de realizar operaciones que no podría llevar a cabo por sí sola su Flota, y previó que intervendría en el mar, no una parte de las fuerzas aéreas, sino la Aviación en masa, sin más limitación que la impuesta por las características del teatro de operaciones. Ha llegado, pues, el momento en que la incógnita va a ser dilucidada. No hay que decir que el interés de la lucha que hoy tiene lugar en los mares se concentra en gran parte en este hecho: por primera vez en la Historia el poder aéreo interviene en la guerra marítima. No puede, sin embargo, olvidarse, y menos por nosotros, que en este extremo, como en general en todos los de la actual contienda, nuestra guerra de liberación fue un antecedente valiosísimo, puesto que en ella la Aviación nacional intervino ampliamente en el mar y consiguió efectos de la mayor importancia, sobre todo en relación con el aspecto Belén Cobaleda REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Diciembre 2013 991


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