1040 Los habitantes del aire. Camilo José Cela

REVISTA DE AERONAUTICA 829

Los habitantes del aire CAMILO JOSÉ CELA Premio Nobel de Literatura Cuando era niño pequeño emparentaba a los ángeles del cielo con los aviadores, a las ánimas del purgatorio con los montañeros del alto risco y a los espeleólogos con el demonio del infierno, con Pedro Botero el de la caldera de pez escaldadora y en llamas; esta ubicación casi geométrica servía muy bien a mis fines sentimentales, a mis devociones e incluso a mis pasmos, mis dengues y mis espantos, y me sentía feliz imaginándome un universo ordenado con arreglo a las más rigurosas normas espiritualmente matemáticas. Los niños, a veces, atisban en sus ingenuas lucubraciones un admirable y sereno equilibrio punto menos que perfecto. Hoy, que amanece el día soleado, fresco y con una ligera brisa acariciadora y espabiladora columpiándose en las más altas ramas, quisiera hablar de los aviones, con su nombre de pájaro zigzagueante, y de los aviadores, esas angélicas libélulas a motor que vuelan sobre nuestras cabezas y a los que miramos, con muy rara curiosidad, cada vez que pasan por el cielo con sus rumbos misteriosos y previstos pero, para nosotros, ignorados e incluso milagrosos. Avión es palabra vieja en nuestra lengua y ya en el siglo XIV, el Príncipe don Juan Manuel, en El Conde Lucanor o Libro de Patronio, llama avión al vencejo, aunque tampoco sea del todo el vencejo, ese también pariente de la golondrina, el avecica que todos respetamos porque le quitó las espinas de la corona a Nuestro Señor Jesucristo cuando agonizaba en la cruz*. Hoy la gente ya no distingue con tanta precisión a las criaturas que se sostienen en el aire y llama avión, salvo excepciones, al aeroplano, ese invento para mirar el mundo por debajo del hombre o, como suele decirse, a vista de pájaro. El ser humano se acostumbra a todo, es bien sabido, pero la ley de la gravedad pesa sobre las conciencias e incluso sobre los usos y las leyes, con muy firme y descarada presencia. —¿Usted quiere decir que el hombre se resiste a copiar al pájaro? —No; los hombres son bestezuelas muy variadas y los hay que se creen águilas o gaviotas o verderoles, es cierto, pero también los hay que se piensan no más que gato de tejado a perro perdiguero o chivo expiatorio: eso va en familias, en gustos e incluso en ideas políticas. Pensando en que, según se dice, más estrecha es la historia que la oratoria, me convendría recapitular ahora sobre mis parientes aviadores, que no son muchos pero sí algunos y de grata memoria: entre los míos hubo algunos, todos militares y todos guerreros, quiero decir que todos estuvieron en la guerra, en alguna guerra. Mi tío John Trulock, el hermano mayor de mi madre, fue uno de los trece fundadores de la RAF , de la Royal Air Force inglesa, y quedó ciego en la guerra del 14, lo derribaron sobre Holanda y no se mató pero se quedó ciego; John era un poco el héroe familiar y el espejo en el que todos nos mirábamos. Algunos viejos aviadores españoles me hablaban de John con cariño y me decían que habían aprendido a volar con él. Creo que fue mi amigo el general Vives Camino quien se me lamentaba de que John hubiera muerto en accidente y en aguas de Gibraltar; lo saqué de su error, cosa que me costó algún trabajo porque no me creía, pero al final lo convencí de lo que era verdad: que John había muerto en la cama, en Londres y en 1937. Mi primo Fernando Pérez Cela también fue aviador, empezó la guerra de capitán y se retiró de coronel unos años más tarde; Fernando estuvo destinado algún tiempo en Río de Oro, él fue quien encontró a Antoine de Saint-Exupéry, el piloto de la compañía Latécoère que PUBLICADO EN OCTUBRE DE 1997, NÚMERO 667 *Los sabios llaman delicon urbica al avión, que es el más pequeño de los tres pajaritos, apus apus al vencejo, que es algo mayor, e hirundo rustica a la golondrina, que puede medir cerca del palmo. 1040 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Diciembre 2013


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