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BOLETIN INFANTERIA MARINA 18

EL VIAJE MARÍTIMO DEL BRIGADIER... BOLETÍN DE LA INFANTERÍA DE MARINA 49 cas» llegaron de Ultramar —México y Cuba fundamentalmente— casi 56.000 pesos fuertes para El Empecinado, y en Cádiz, sólo en 1811, se recaudaron otros 4.500 para el 5.º Ejército en Extremadura y más de 9.000 para el 1.er Ejército en Cataluña. Se notaba la falta de dinero en casi todo: carencia de armas, municiones, alimentos, medicinas, escuelas, hospitales, hospicios, insuficiente mantenimiento de los buques de guerra, etc.; incluso lo más elemental, la comida y el vestuario de nuestros soldados, era a todas luces insuficiente y nuestros aliados anglo-portugueses no hacían más que resaltarlo, regodeándose de nuestra situación como un elemento que, a su juicio, no producía más que indisciplina e inoperancia militar, para mostrar la necesidad de una dirección única y dinámica —inglesa, naturalmente, que además eran quienes ponían decisivas sumas de dinero— que pudiera remediar tal estado de cosas. Aún así, a la hora de la verdad, las tropas españolas casi siempre respondían bien, sorprendiendo a sus críticos extranjeros, tanto aliados como enemigos. Algo de todo eso debía de saber el presbítero Dr. Rovira, de 42 años, coronel guerrillero y soldado circunstancial, que desde los inicios de la confrontación había tenido que bregar con la perenne falta de dinero, armas, provisiones, municiones y todo lo demás que conlleva una guerra —salvo determinación y espíritu de lucha contra el francés, que nunca faltó— para levantar una guerrilla en la montaña pirenaica catalana y en las sierras cercanas al Ampurdán —el tercio de Expatriados del Ampurdán—, que poco a poco se fue configurando en tropa de milicias —los migueletes— capaces de hacer frente en su día, en campo abierto, al ejército regular francés. En 1811 proseguía sin desfallecer la defensa de Cádiz y a principios de ese año tuvieron lugar las batallas de o de Chiclana (marzo), la recuperación del castillo de Figueras18 (abril) y la sangrienta victoria de (mayo). Con ocasión de conocer la toma del castillo de Figueras, las Cortes de Cádiz aprobaron el envío de 200.000 pesos fuertes para las necesidades de Tarragona —es decir, del 1.er Ejército en Cataluña— y del cuerpo que debía formarse en Mallorca con el general Whittingham19 (). No fue pues nada extraño que del Principado pensara en el Dr. Rovira para que fuera a Tarragona y Valencia a tratar asuntos relativos a las operaciones en Cataluña y a Cádiz a solicitar de las Cortes, de o de los ciudadanos de la aún relativamente bien provista ciudad, algún importante subsidio. Y refuerzos. Todavía no había tenido lugar la pérdida de Tarragona ni la misma caída del castillo-fortaleza de Figueras20 y mucho menos la derrota de Blake ante Valencia y la capitulación de la ciudad conseguida por el brillante general Souchet pocos meses después, que enfriaron bastante los ánimos21. Era, sin embargo, realmente sorprendente y admirable la tenaz voluntad de vencer que tenía el Ejército regular español ante tanto desastre en batallas en campo abierto; pero la escuela de la guerra no tardaría en dar sus frutos y se consiguieron unas unidades muy bien instruidas y adiestradas, mandadas por los que en los inicios de la confrontación eran simples oficiales subalternos o civiles como el mismo Rovira, y que acabaron siendo unos magníficos comandantes de brigada, división o cuerpo. El coronel Rovira, en cumplimiento a las órdenes recibidas, abandonó Figueras a finales de abril dirigiéndose por tierra a Vilanova y Geltrú para embarcar hacia Tarragona, donde debía tratar diversos asuntos con su general22. La ciudad —sitiada por el general Souchet desde principios de mayo—, permanecía en manos españolas desde el comienzo de la guerra y constituía el gozne sobre el que giraba la defensa del Principado; era el cuartel general del Ejército de Cataluña y allí se ubicaban importantes unidades y aprovisionamientos que, gracias a la superioridad naval aliada, lanzaban por mar ataques de cierta entidad con columnas volantes contra puntos de la costa ocupada, además de distribuir suministros por mar a los patriotas españoles allí donde no estaba presente el francés23. Posteriormente, pasó a Valencia en una fragata británica24, llegando a esa capital el 23 de mayo y presentándose al general O’Donnell en el cuartel general de Murviedro al día siguiente25. Desde Valencia, se trasladó por mar al Cádiz de las Cortes, bloqueada desde hacía más de un año por el Primer Cuerpo de Ejército del mariscal Victor26. En residía la soberanía de la nación y no eran palabras vanas aquellas de «cuando España era una isla» porque, prácticamente, toda , salvo Galicia y las islas, estaba ocupada, o a pique de serlo, por el francés. De todas formas, y pese al bloqueo, la ciudad de Cádiz y de León estaban muy bien defendidas27 y, gracias al dominio naval aliado, podían comunicarse libremente por mar, estando en casi todos los aspectos mejor abastecidas que sus sitiadores, aunque los gaditanos sufrieran continuos bombardeos, especialmente de los obuses-mortero «a» —fundidos en las instalaciones de de Artillería de Sevilla—, de gran alcance y que inicialmente aterrorizaron a la población28. El Dr. Rovira llegó a Cádiz el 14 de junio en un convoy escoltado procedente de levante29, invirtiendo alrededor de mes y medio desde su salida de Figueras. Aunque el viaje en una fragata desde Vilanova y Geltrú a Cádiz podía hacerse en menos de una semana, si no había problemas al doblar el cabo de Gata —cuatro días incluso con buenos vientos—, las escalas en Tarragona y Valencia alargaron considerablemente ese plazo. A su llegada es de presumir que contactaría con la flor y nata del parlamentarismo español y de sus paisanos en las Cortes, atraídos, sin duda, por su aureola de vencedor en la épica toma del castillo de San Fernando de Figueras. El día 8 de este mes se había leído laudatoriamente en las sesiones de Las Cortes un impreso del coronel Rovira en el que el mosén criticaba duramente un anónimo que sugería, a la vista de los continuos fracasos que padecían los ejércitos españoles en el Principado, que fuera el pueblo de Cataluña quien eligiese a capitanes experimentados para guiarlos, citándose particularmente el nombre del mismo Rovira. El Doctor respondía en el impreso que estas publicaciones nada tenían que ver con el bien de Cataluña, sino todo lo contrario, y que el éxito en la captura del castillo de Figueres se debió fundamentalmente a la exacta subordinación con que él cumplimentó las instrucciones recibidas de su General


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