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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL Nº 870 OCT 2013

Geografía e Historia hacía tiempo mostraban los indios), un número de entre 600 y 1.000 kumeyaay (la fuentes consultadas dan cifras diversas que varían entre esas cantidades) se dirigieron a la misión. Dividieron sus fuerzas en partes iguales, una mitad se dirigió al presidio acordando con el resto que no atacaran la misión hasta que ellos iniciaran su ataque al fuerte para no alertar a los soldados y poder así pillarlos por sorpresa. Sin embargo, los que tenían que matar a los frailes y al resto de residentes en San Diego comenzaron el ataque antes que el otro grupo llegara al presidio. Estos indios, al ver el resplandor de los fuegos en la oscuridad de la noche creyeron que los soldados se habrían alertado y estarían esperándoles, por lo que renunciaron al ataque y regresaron a la misión para unirse al saqueo. Inicialmente los indios se arrastraron hasta donde vivían los neófitos y los mantuvieron encerrados amenazándoles de muerte si gritaban o hacían ruido. Después se encaminaron a la iglesia para robar las casullas que los frailes utilizaban en las misas y el resto de ornamentos y utensilios de valor que los religiosos habían traído desde España. Los gritos proferidos durante el robo de la capilla alertaron a los soldados y a los frailes cuando ya los indios prendían fuego a todos los edificios. Los soldados se levantaron de sus camastros y tras cargar los mosquetes empezaron a disparar a los atacantes. El padre Fuster salió de su dormitorio cuyo techo estaba ardiendo y en medio del humo y los gritos recogió a los niños del cuarto que ocupaban y se dirigieron hacia donde estaban los dragones de cuera. El padre Jayme también abrió la puerta de su dormitorio para evitar morir asfixiado por el humo y al abandonar el edificio vio a una muchedumbre de indios amenazantes que avanzaba hacia él. Sin amedrentarse y sabiendo el destino que le esperaba habló a los nativos con la salutación acostumbrada: «Amad a Dios hijos míos»6. Los indígenas lo apresaron, lo arrastraron hacia el arroyo cercano, allí lo desnudaron y torturaron con lanzas, flechas y golpes de hachas y mazas de guerra dejando su cadáver destrozado. Al mismo tiempo que un grupo arrastraba al padre Jayme hacia su fatal destino, otro corrió hacia el habitáculo donde pernoctaban el herrero y los dos carpinteros que también dejaban la frágil construcción que ardía y se llenaba de humo. El primero armándose de valor agarró una espada para enfrentarse a los kumeyaay. Varias flechas le alcanzaron el pecho y lo mataron en el acto. El carpintero Felipe Arroyo se hizo con un mosquete que descargó sobre los atacantes matando a uno de ellos, pero Urselino no tuvo tanta suerte y fue alcanzado en el vientre por una flecha. Al caer dirigiéndose al indio que le había herido le dijo: «¡Indio que me has muerto, Dios te perdone!»6. Arroyo consiguió ponerse a salvo en el barracón de los soldados donde también estaban el padre Fuster y los niños. Los mosquetes no cesaban de disparar. El cabo Rocha, hombre valiente y de gran ingenio, gritaba órdenes con estentórea voz a imaginarios combatientes para que los indios no fueran conscientes de la situación desesperada de los españoles y creyeran que el número de defensores era mayor. Los indígenas lanzaron flechas ardiendo al tejado de madera que prontamente se incendió. En medio del humo y del fuego y disparando sus mosquetes, los soldados se abrieron paso junto al resto de supervivientes hacia una pequeña estructura que se utilizaba de cocina cuyos muros no eran muy altos y el techo apenas una ramas para dar sombra. Como uno de los laterales de la construcción estaba derruido, dos de los soldados salieron en busca de algunos fardos para levantar una empalizada y resultaron Estatua del padre Jayme. Museo del Hombre de San Diego, California REVISTA EJÉRCITO • N. 870 OCTUBRE • 2013  97


EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL Nº 870 OCT 2013
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