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REVISTA GENERAL DE MARINA MAYO 2015

jefe de la Estación Naval, don Francisco Núñez de Olañeta, y su esposa, doña Josefina Lacaci Morris. J. L. B. L. 24.911.—Dos invenciones nuevas Bajo este epígrafe se puede leer en el cuaderno de enero de 1893 de esta REVISTA la siguiente reseña: «Una de ellas es del comodoro Folger, de la Marina de los Estados Unidos, que ha formado el proyecto de un ariete armado con cañones submarinos y morteros que lanzan explosivos fuertes por medio de cargas de pólvora... La segunda embarcación del porvenir se debe al teniente Apostolof, de la Marina rusa; el aparato de su invención, destinado principalmente a la navegación submarina, se pone en movimiento por medio de una máquina rotativa, que carece de hélice pero que da vueltas alrededor del casco de un buque con su correspondiente dotación. El inventor calcula que el buque ideado por él andará más de 100 millas.» G. V. R. 24.912.—Pintando bigotes Los años de la Gran Guerra fueron prolíficos en el campo de la investigación, así como en el diseño de camuflajes. Siendo el único fin lógico de este último el ocultar los buques de las naciones en liza de cualquier mirada indiscreta, todas las propuestas plásticas resultaron muy imaginativas, tanto que no pocas de ellas deberían haberse ganado, por derecho propio, un lugar en las galerías y salas de arte moderno. Hoy recorreremos los vericuetos de una curiosidad dentro de otra. Nos centraremos en algo menos espectacular que aquellos completos y complejos «disfraces» para navíos mercantes y de guerra, pero que por ello no desmerece el esfuerzo. Eso sí, antes de seguir, hemos de aclarar al lector que, a pesar del título con el que hemos bautizado la presente miscelánea, no nos estamos refiriendo, ni por asomo, a la tan común chiquillada de «adornar» con largos bigotes hechos a golpe de bolígrafo los rostros de aquellos que protagonizan las imágenes que pueblan los libros de texto que nos acompañaron durante la etapa escolar. No. A lo que nos referimos es a pintar «bigotes » o, más técnicamente, ondas de proa o divergentes falsas en los cascos de los buques, algo que, como muchas otras estratagemas nacidas durante ese periodo, no deja de tener cierto punto de ingenuidad. Al ser esos «bigotes» un efecto meramente físico de la acción de la proa contra la superficie, incrementando su tamaño a medida que el buque alcanza una mayor velocidad, se consideró que añadir a brocha un bone in her teeth de pega confundiría a los oficiales y vigías de los submarinos enemigos que, contemplando a su presa por el periscopio, calcularían erróneamente la velocidad real de desplazamiento de ella y, por tanto, realizarían unos cálculos de tiro igualmente incorrectos. Lamentablemente, los datos sobre la efectividad de esta táctica (si es que tuvo alguna) nos son totalmente desconocidos, salvo que nuestra suerte cambie y seamos capaces de rescatarlos de entre el olvido polvoriento y húmedo de los archivos. J. Y. G. 24.913.—Un peludo mártir del Maine El capitán de corbeta Richard Wainwright llevaba horas en lo que se asemejaba a una pesadilla bajo las estrellas del Caribe, que se constató como una realidad al rayar el alba aquel 15 de febrero de 1898: el acorazado Maine, el buque del que era segundo al mando, no era más que un amasijo de hierros retorcidos en el puerto de La Habana. Participando de los rescates de supervivientes y fallecidos, reparó en un ovillo negro y calado que temblaba de puro miedo sobre una parte de la cubierta que sobresalía del agua. Así es como encontró a una de las dos mascotas (aunque MISCELÁNEA 714 Mayo


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