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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL Nº 896 NOV 2015

clavaron todo tipo de objetos punzantes, hierros, estacas e incluso tallos secos de las vides. A caballo de un vigoroso tordo, el Gran Capitán no cesa de recorrer las posiciones «animando a sus soldados, llamándoles por su nombre y diciéndoles palabras que les ponían corazones nuevos». A estas alturas y tras los trabajos de organización del terreno, las unidades están ya desplegadas, en espera del ataque francés. Delante, prácticamente sobre el foso, despliegan en línea dos compañías de arcabuceros de doscientos cincuenta hombres cada una; quinientas bocas de fuego. Detrás, una segunda línea de infantes; en el centro, los piqueros lansquenetes de Hans von Ravennstein, escoltados a su derecha por los rodeleros y alabarderos de los capitanes Pizarro, Zamudio y Villalba y a su izquierda por los peones de García Paredes. En los flancos y distanciados, con capacidad de movimiento para intervenir: a derecha, los hombres de armas de Diego de Mendoza y a la izquierda, los hombres de armas españoles e italianos de Próspero Colonna y muy a la izquierda, fuera prácticamente del despliegue, para no interferir en los posibles envolvimientos, los jinetes ligeros de Pedro Paz y Fabricio Colonna. En retaguardia, las trece piezas de artillería, en el lugar más elevado y llano del despliegue, con gran visibilidad a vanguardia. Está ya cayendo la tarde y a lo lejos se vislumbra la polvareda del ejército francés aproximándose a la posición. Vienen escalonados oblicuamente. El ala derecha la forma lo más preciado de sus fuerzas, la caballería pesada, que manda el propio duque de Nemours. Por el centro y retrasados, la enorme masa de siete mil piqueros suizos y arcabuceros gascones del coronel Chandieu. Más retrasados y a la izquierda, los jinetes italianos de Ivo D´Allegre. En vanguardia, en el centro, las veintiséis piezas de aquella impresionante, por el material y por la pericia de sus servidores, artillería francesa. Realmente, aquel ejército debía pensar que no realizaba sino una representación de una más de las obras de teatro, de contenido y final ya tan conocidas. Aquella impresionante masa de la mejor caballería pesada del mundo iniciaría la carga al más puro estilo medieval. Excitados por sus propios sones de corneta, pasarían 88  REVISTA EJÉRCITO • N. 896 NOVIEMBRE • 2015 sucesivamente del paso, lanzas en el estribo, al trote y al galope, con las lanzas ya en ristre y el ánimo enardecido por el polvo, los jadeos y el ensordecedor ruido de los cascos de los caballos. En el libreto figuraría el aplastamiento de toda resistencia de la vanguardia enemiga, para que por esa brecha entraran los hieráticos piqueros suizos y los ballesteros y arcabuceros gascones para aniquilar a los desarrapados infantes españoles que tratarían, inútilmente, de oponer resistencia. Yo, que he mandado un regimiento y una brigada de infantería, acorazados mecanizados ambos, me veo en lo alto de aquel Cerro Mediano, rodeado de mis más expertos subordinados de aquellas unidades, y estoy seguro de que nuestro veredicto sería unánime. Los franceses habían perdido de antemano la batalla: aquellos carros iban derechos a un campo de minas contra carro, detrás del cual les esperaba un foso anticarro, activado y combinado con un potente y denso fuego, procedente de la artillería española y de los arcabuceros apostados en los recién construidos abrigos defensivos. Y es que el Gran Capitán se había adelantado a su tiempo en varios siglos. Y así fue: la intensidad de la carga, a pesar del indomable valor de jinetes y caballos, se fue diluyendo según las bombardas españolas acertaban entre sus filas, a la vez que los obstáculos preparados al efecto derribaban jinetes y caballos para que el resto, ya a treinta metros, cayeran bajo las, ordenadas y por filas, descargas de los arcabuceros. Los que aún no han sido abatidos tratan de cerrar sobre la posición española buscando un inexistente punto de acceso y eso les lleva a cabalgar en paralelo al frente, bajo aquel infernal fuego que acierta de pleno, hasta por tres veces, al propio duque de Nemours. Además, ese movimiento les hace chocar contra el flanco de sus propios piqueros, que ya rebasado el foso, inician fríamente el ascenso al terraplén en el que les esperan, más descansados y picas en ristre también, los lansquenetes alemanes que a pesar de su posición dominante apenas contienen el empuje de aquellas setenta filas de cien corpulentos suizos y gascones. Es el momento para que, previo repliegue de los arcabuceros, los enrodelados españoles, deslizándose bajo las picas, empezaran una metódica carnicería, a la vez que las capitanías


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