>> Entrevista 34 hombro, se dirigían a achicar arena, actividad constante y tediosa a la que se dedicaban los reclutas para que el desierto no se comiese el cuartel. Aquello parecía ser su principal ocupación. A las cuatro de la tarde nos condujeron a la charla de captación de La Legión. Recuerdo que nos la dio un teniente, quien con mucha gallardía y énfasis, nos expuso las ventajas que para nosotros podía suponer alistarnos en ese cuerpo, aunque hay que reconocer que pintó las cosas bastante de color de rosa. No obstante, hubo varios puntos que a mí me quedaron muy grabados: nuestra incorporación duraría exactamente el mismo tiempo que nuestro reemplazo, nos darían nuestros uniformes inmediatamente, y prometía una prima de enganche y unos haberes que, en aquellos años, suponían una cantidad sustanciosa. Después de escucharle pasamos un breve reconocimiento médico, y yo estuve todo ese tiempo, y varias horas más, analizando el asunto, y pensando en el trabajo en la arena vistiendo la misma ropa cada día, mientras que –decía para mí- éstos me ofrecen dinero y ropa nueva nada más firmar. Había habido gente que antes de haber abierto el teniente la boca, ya habían pasado a firmar. Mientras esperabas veías a algunos salir ya con su ropa nueva. Yo pensaba: por circunstancias de la vida me ha tocado venir a estas tierras. Lo que no puede ser es que mi cuerpo esté aquí y mi mente en Madrid. Tuve compañeros que estuvieron toda la mili con el cuerpo en el Sahara y la mente en sus casas de la península. Aquella gente ni se divertía, ni salía. Nada de nada. Yo no dejé de querer a mi novia ni a mis padres, pero estaba allí con mi cuerpo y con mi mente. Por fin me decidí y pasé a firmar. Al lado de la mesa estaba un gastador -entonces yo no sabía qué era un gastador- con unas barbas tremendas. Cogió una botella de ginebra que tenía al lado y me dijo: “Bienvenido muchacho. Toma, echa un trago”. Yo pensé: “Me acabo de apuntar en La Legión, no puedo decirle que solo he comido un trozo de sandía en todo el día”. Así que agarré la botella de ginebra y me pegué un buen trago para festejar mi entrada en la unidad. Llegué a Sidi Buya muy contento. ¿Qué le decidió a ingresar en el Tercio? ¿Qué ve un joven de veinte años en un equipo de captación de La Legión que le hace unirse a ellos? Las ideas que yo había recibido en casa, y no es por coba, eran de admiración por La Legión. No obstante, en los círculos de estudiantes se pensaba que el Tercio era un refugio de personas de mal vivir. Al incorporarme al BIR nº 1 en la playa de El Aaiún, como dije antes, un equipo de captación nos dio una charla y nos explicó cómo era la vida legionaria, el uniforme y, por qué no decirlo, los haberes que podíamos ganar. En aquel tiempo yo llevaba unos años no siendo gravoso para mi familia, ya que me costeaba mis estudios dando clases particulares, y me planteé que al estar separado de ellos iba a suponerles una nueva carga. Eran seis mil pesetas al mes las que se cobraban, de las que las “sobras” suponían unas mil quinientas en efectivo cada diez días, dedicándose el resto para el rancho y alguna prenda nueva que pudieras necesitar. Con aquel sueldo podría seguir manteniendo mi independencia económica. También, como he dicho, nos aseguraron que la duración del compromiso de enganche era por el mismo plazo que duraba el servicio militar, y que nos entregaban el uniforme inmediatamente. Todo esto me hizo decidirme. ¿Qué tiempo duraba el servicio militar entonces? Entré en julio del 73 y me licencié a primeros de septiembre del 74, como el resto de mi reemplazo. ¿Qué edad tenía? Veintidós años cuando me incorporé. ¿A qué unidad del Tercio “D. Juan de Austria” perteneció? Después de jurar Bandera me asignaron a la Compañía de Destinos, en la Plana Mayor del Tercio. Concretamente fui al almacén de prendas. Una vez allí ¿le hubiera gustado ir a alguna otra? Debido a mis cualidades físicas, no. Nunca he D. Lorenzo Crespo junto al busto de Millán Astray frente al museo de la BRILEG.
LA LEGION 520
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