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REVISTA GENERAL DE MARINA JULIO 2016

RuMBO A LA VIDA MARINA tantes, como el hecho de salvar su propia vida o cazar para comer y mantenerla. Es que las babosas de mar son tan tóxicas como bellas, porque cuando ingieren alguna anémona o medusa de las que constituyen su dieta tienen la habilidad de desactivar sus nematocistos —los dardos venenosos con los que los cnidarios se defienden— para almacenarlos en su periferia y utilizarlos en el momento oportuno como eficaz escudo contra misiles o como engañosa arma de caza. Es que en la naturaleza los cohetes fallutos no interesan, y quien avisa no es traidor. Estas coloraciones tan llamativas se llaman aposemáticas (vienen a decir: «ojo, no te olvides, que aquí estoy yo») y cualquier interpretación artística que queramos darle solamente sería la respuesta sentimental de un observador cautivado por lo que él, como fruto de su cultura y con un prejuicio anclado en su subsconciente, ha decidido llamar bello, con una metafísica muy alejada de la causa biológica que creó el colorido de los seres marinos. Todo lo contrario es la llamada coloración críptica, que permite a las especies marinas desaparecer en el fondo adquiriendo su mismo colorido para pasar desapercibidos frente al depredador y, de paso, como camuflaje cuando se trata de engañar (aquí no pasa nada) a las presas que son el pan suyo de cada día. Es el caso de muchos moluscos que, estando bellamente coloreados, ocultan su policromía con el manto —la mar no deja nunca de sorprendernos— como ocurre con muchas porcelanas y conos en extremo venenosos. Otro sistema de defensa basado en el color es el llamado mimetismo batesiano. Consiste en que ciertas especies inofensivas se visten de malas para dar miedo, es decir, adquieren los colores, pautas y a veces formas de otras especies que sí son tóxicas. El ejemplo típico es el de la culebra viperina, Natrix maura, una inofensiva serpiente de agua que vive disfrazada de víbora y que ni siquiera sabe morder. Podríamos resumir su mensaje con una melíflua recomendación: «oye, mejor que te mantengas lejos de nosotras, por si las moscas». Por último, hoy día se habla de la quietud robótica. Muchos animales imitan los movimientos rítmicos del medio en el que viven para pasar desapercibidos. Es el caso de muchas anémonas, que aunque no haya corriente se mueven al compás de un inexistente oleaje, o el clásico del bentónico rape, no por feo codiciado pez en gastronomía, que en la parte superior de su enorme boca lleva un apéndice oscilante que parece una caña de pescar con su apetitoso cebo y cuyo rítmico movimiento atrae a unas presas que en el fondo de la mar, matarile, matarile, aún siguen cayendo en el timo de la estampita. Por su parte, los cefalópodos son maestros en el arte de cambiar de colorido casi instantáneamente, pero esta mágica carnavalada, que deja al camaleón como un aprendiz del disfraz, tendremos que dejarla para otra ocasión. Y como vamos a hablar de moluscos y de submarinos tenemos que ver cómo son los «animales blandos» que nos interesan. Lo mejor para comprender el plan corporal básico de un molusco es referirlo al de un sencillo caracol, porque aunque nos parezca tan diferente un calamar de una almeja, ambos tienen la misma organización aunque incluyan variaciones sobre el mismo 2016 63


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