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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 327

influencia a varios puntos del mundo árabe, como Líbano, con Hezbolá; Siria, con los alauitas en guerra contra Arabia Saudita, Turquía y Qatar; Bahréin, donde los sauditas han intervenido militarmente para sofocar la rebelión de la mayoría chiita, y sobre todo Yemen, un país estratégicamente importante porque controla la salida del Mar Rojo. En Yemen, el presidente sunita Abd Rabu Mansur Hadj está siendo apuntalado por Arabia saudita y el resto de las monarquías del Golfo, mientras los rebeldes hutíes contrarios al gobierno y considerados una rama del islam chiita, buscan la ayuda de Teherán. La agitación de los hutíes obligó a exiliarse en 2015 al gobierno yemení, que resiste gracias al apoyo saudita. En Siria, Riad apoya a los grupos islamistas radicales, sin descartar incluso al Daesh. Este apoyo financiero y militar ha permitido a estos grupos crecer y prolongar una guerra que ha destrozado al país sirio, uno de los más estables de Oriente Próximo hasta el estallido del conflicto armado. Todo esto demuestra que la confrontación entre los dos países se disputa a través de la influencia que ambos ejercen en otros estados de la región más débiles y en conflicto. «La guerra fría regional sólo puede ser entendida analizando los vínculos entre conflictos domésticos, afinidades transnacionales y ambiciones regionales. El debilitamiento de los estados árabes, más que el sectarismo de las ideologías islamistas, es lo que ha creado los campos de batalla de Oriente Próximo», señala el investigador F. Gregory Gause del Brookings Doha Center. SOLUCIÓN LEJANA Obviamente, las cosas están cambiando en Oriente Próximo y, sobre todo, en el papel que está jugando Irán como aliado de Occidente en la lucha contra el autodenominado Estado Islámico. Una nueva relación basada en el aperturismo del régimen que puede incrementarse si los reformistas consolidan su poder y que supondría un nuevo mapa regional. Durante varias décadas Estados Unidos consideró a Arabia Saudita y a Irán como los dos pilares que sostenían su política en el Golfo Pérsico, pero eso acabó con la Revolución Islámica de 1979. A partir de ese momento Washington confió únicamente en Arabia Saudita para asuntos de seguridad regional. Pero ahora, el escenario ha cambiado. Desde la caída de Sadam Husseín, la mayoría chiita en Irak ha dirigido el gobierno del país y ha mantenido relaciones amistosas con Teherán. Bagdad ha acusado a Arabia Saudita de apoyar a los grupos sunitas radicales y fomentar la violencia sectaria en Irak. En todo caso, la realidad es que en los últimos tiempos Abril 2016 Revista Española de Defensa 53 STRINGER/EFE Un grupo de iraníes asisten el pasado mes de junio en Teherán al 25 aniversario de la muerte del líder supremo de la Revolución Islámica, el ayatolá Jomeini. la influencia iraní se ha extendido hasta las mismas fronteras de Arabia Saudí y ha creado la llamada «Media Luna chiita », un arco de territorio que se extiende desde Irán por el norte de Irak y Siria, y llega hasta El Líbano. Tras la firma del reciente acuerdo con Teherán, Washington parece admitir que Irán debe formar parte de cualquier solución al prolongado conflicto de Oriente Medio, pero resultará difícil conseguir que Arabia Saudita se muestre conforme con ser aliado de Teherán. Por su trayectoria de un país que ha sido capaz de liberarse del dominio colonial, Irán se ve a sí mismo como el único cualificado para responder de la seguridad en la región del Golfo Pérsico sin estar sometido a injerencias exteriores. En contraste —sobre todo desde la invasión iraquí de Kuwait—, Arabia Saudita y las restantes monarquías del Golfo dependen casi totalmente de EEUU para garantizar su seguridad, por lo que cualquier acercamiento de Washington a Teherán resulta muy preocupante para Riad y los países sunitas del entorno, y supone un revulsivo para todo el sistema de alianzas regional. Fernando Martínez Laínez Matt Campbell/EFE El presidente iraní, Hasán Rohaní, pronuncia su discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas el pasado septiembre.


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