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REVISTA GENERAL DE MARINA MARZO 2016

viviDO Y CONTADO Quedaba claro que allí no había medias tintas, había que empeñarse a fondo en conseguir cumplir con dignidad como oficial de la Armada, máxime cuando su reputación de «aguerrido marino» se encontraba en sus horas más bajas. Aprender el lenguaje particular que se usa en un buque de guerra español e intentar ir familiarizándose con «el medio» ocuparon los pocos días que aún restaban en Ferrol. Por fin el 14 de enero zarparon en demanda de la base de Rota, donde se embarcaron distintos pertrechos navales y varios oficiales. A partir de allí la derrota transcurrió por los estrechos de Gibraltar, Bonifacio, entre Córcega y Cerdeña, hasta llegar al puerto de Nápoles, una de las ciudades más «españolas » de Italia, que los recibió con su encanto mediterráneo. El castillo de los españoles, vía Toledo… cada paso recordaba a España y particularmente a Valencia. Una llamada a casa puso de manifiesto el hecho consumado, para desconsuelo de la autora de sus días. Ya no había marcha atrás, verdaderamente resultaba muy extraño que hubiera dos Asturias, tan raro como piadosamente falso. Repostada y avituallada, la Asturias se encaminó por el estrecho de Mesina hasta el talón de la bota italiana: el canal de Otranto, a la sazón la zona de patrulla asignada. En el interín: balanceo, cabeceo y cuerpo del alférez de fragata novato se iban acompasando, viniendo las cosas a un punto de equilibrio en el que la posición en la curva de Gauss no resultaba insostenible, a pesar del obrar soterrado y debilitador del gusanillo del mareo. En contrapartida, su mayor preocupación pasó a ser los tenientes de navío de a bordo, que sin tregua y con una tenacidad admirable no arriaban en su empeño de conseguir las mayores cotas posibles de eficacia y disciplina entre la dotación. Para ellos aquel «fragatilla» de milicias era lo más parecido a un «garbanzo negro» que no se explicaban muy bien cómo había llegado hasta allí, hasta una misión puntera de la Armada como era aquella. El corolario de tal estado de ánimo se traducía en «leña a discreción» para el alférez de fragata en cuestión. Se le prohibió apoyarse en ninguna parte del puente, estuviese en el punto de la curva de Gauss en que estuviese; no se le contestaba por los interfonos «porque no sabía hablar», se le asignaban puestos en el zafarrancho de combate sin preparación previa, con los nefastos resultados que se pueden imaginar. Se le recordaba en la cámara de oficiales y a cada paso que daba por el resto del barco que era el más moderno e ignorante de los oficiales. En fin, que cualquier estampido de furia disciplinaria, legítimo o ilegítimo, iba dando vueltas por los mamparos hasta llegar a su vera, para quedarse. Sin embargo, a pesar de tan lóbregos celajes y del mar de rapapolvos embravecidos, arreciando a su alrededor y amenazando engullirlo, nuestro bisoño oficial de milicias decidió arrostrar la tempestad entregándose en cuerpo y alma cada día, esforzándose al máximo por obedecer y cumplir con la 2016 299


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