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EJERCITO DE TIERRA NOVIEMBRE 2016

Campamento comanche única política razonable, especialmente porque aquellos eran mucho más numerosos que los españoles e indios pueblos juntos y podrían haber hecho la vida imposible a los dispersos y expuestos asentamientos de Nuevo México. Lamentablemente, ni Francisco Marín del Valle (1754-1760), su inmediato sustituto, ni los dos gobernadores que sucedieron a este, Mateo Antonio de Mendoza (1760) y Manuel de Portillo y Urrisola (1760-1762), respectivamente, tenían el carisma de Vélez Cachupín o su actitud hacia los indígenas de las praderas, con quienes no le importaba reunirse en sus propios campamentos. Vélez Cachupín evitó potenciales problemas antes de que degeneraran en una escalada de violencia mediante la celebración de dichas reuniones, pero Marín del Valle no se dignó a participar en este tipo de diplomacia y Portillo (el mandato de Mendoza fue demasiado corto como para que tuviera alguna influencia relevante en la región) prefirió la mano dura y el lenguaje de las armas. Cachupín se dio cuenta y trató, sin éxito, de transmitir a los que ocuparon su puesto la importancia de los cautivos, tanto españoles como nativos, y el delicado equilibrio entre la guerra y la paz con las tribus de las llanuras. Aunque las ferias de ganado, que servían a los indios para comerciar con los colonos (se cambiaban pieles, maíz y harina por herramientas y 114  REVISTA EJÉRCITO • N. 908 NOVIEMBRE • 2016 otros utensilios introducidos por los españoles), continuaron en beneficio de todos, la «nueva política» de Marín del Valle hacia los indígenas, sobre todo con los indómitos comanches, llevó a un progresivo aumento de la tensión en las relaciones que mantenían europeos y nativos y a una sucesión de tragedias que podían haberse evitado. A principios de agosto de 1760, cuando Marín del Valle estaba a punto de ser relevado por Mateo Antonio de Mendoza, un grupo de comanches, como habían hecho en multitud de ocasiones, se presentó en el municipio de Taos para negociar. Pero esta vez les aguardaba una desagradable sorpresa. Sin que lo impidieran las autoridades españolas, indios pueblos de la mencionada localidad, enemigos declarados de los comanches, ya que los primeros eran aliados de los españoles, danzaron ante los orgullosos visitantes portando en la punta de sus lanzas cabelleras comanches, posiblemente arrancadas de cuerpos sin vida en enfrentamientos pasados que habían tenido con estos últimos. Tamaña ofensa exigía una respuesta y esta no se hizo esperar. Antes de que se percibiera el peligro, 3.000 guerreros comanches cabalgaron una tranquila noche de agosto de 1760 hacia el valle donde se ubicaba Taos. Desgraciadamente, en su camino se toparon con un pequeño asentamiento español cercano al río don Fernando. Cuando los indios fueron divisados desde el torreón de vigilancia de la finca de Pablo de


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