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EJERCITO DE TIERRA NOVIEMBRE 2016

REVISTA EJÉRCITO • N. 908 NOVIEMBRE • 2016  115  SECCIONES FIJAS Villalpando, la voz de alarma «recorrió» la débil colonia y todas las familias se refugiaron en la citada hacienda. Los 14 hombres de la villa se atrincheraron junto a sus seres queridos en la casa fortificada de su convecino Villalpando. Al igual que en muchas viviendas de la frontera de Nuevo México, Pedro de Villalpando había construido un torreón que servía tanto de torre de vigilancia como de baluarte defensivo. Los 14 españoles de la pequeña colonia subieron a lo alto de la atalaya con mosquetes, arcos y flechas, rocas y cualquier cosa que les sirviera para repeler el ataque, mientras sus familias permanecían en el interior de la casa anexa a la torre. Algunas mujeres, entre ellas la esposa de Villalpando, se armaron con lanzas para proteger a sus hijos de una muerte segura. Entre los colonos había antiguos veteranos del ejército y miembros de la milicia que se defendieron con «uñas y dientes» de sus atacantes comanches. Un ingeniero del virrey que recorrió la región años más tarde y visitó las ruinas testigos de los combates culpó a la estructura y mal diseño del torreón, que no solo facilitó a los guerreros comanches protegerse de las balas españolas, sino que también les permitió abatir a los colonos que se asomaban a arrojar sus flechas y disparar sus mosquetes. No obstante, y a pesar de las palabras de este ingeniero, era inconcebible que 14 hombres hubieran podido repeler el ataque de miles de guerreros subiendo por las paredes, no importa lo bien que hubiese estado construido el baluarte. Poco podían hacer contra tal número de enemigos, pero vendieron caras sus vidas y ocasionaron un elevado número de bajas a los comanches. Los indios ganaron el acceso a la torre y mataron a todos sus defensores, incluyendo a Pablo de Villalpando. A continuación, echaron abajo las puertas de la casa, en la que encontraron a unas cuantas mujeres dispuestas a hacerles frente con sus lanzas. La esposa de Villalpando defendió su hogar hasta que fue asesinada. Los indígenas mataron en una orgía de sangre a toda persona que se resistió a ser apresada, incluyendo a los niños que, armados de valor, imitaron a sus padres. Cuando no quedaba nadie dispuesto a luchar, los comanches rodearon a los supervivientes (unos 64 entre mujeres e infantes) y se los llevaron a lugares desconocidos. Bernardo de Miera y Pacheco incluyó la historia de esta batalla en su mapa de Nuevo México de 1779: «Se recogieron todos en una casa grande con sus torreones de Pablo de Villalpando, 14 hombres con armas de fuego con muchas municiones, atacaron los enemigos con vigor intrépido la casa, se metieron debajo de las troneras, del pretil y torreones, cubiertos a su salvo1, empezaron por varias partes a abrir brechas y a introducir fuego. Los sitiados para impedir esta maniobra descubrieron sus cuerpos sobre el parapeto, y entonces lograron los enemigos herirlos con balas y flechas, hasta que todos perecieron, y se llevaron sesenta y cuatro personas chicos y grandes de ambos sexos. De ellos los comanches murieron más de ochenta»2. A raíz de la masacre de Villalpando, estaba claro que el ciclo de violencia entre los indios de las llanuras y los colonos de Nuevo México se había reanudado. Para rescatar a los desdichados cautivos, el gobernador envió rápidamente a dragones de cuera, guerreros apaches jicarillas confederados3 de los españoles y cualquier ciudadano capaz de portar armas. Después de buscar durante unos 40 días sin encontrar el rastro de los secuestradores, los desalentados y hambrientos perseguidores regresaron. En la tradición oral de los comanches se transmitió durante décadas una leyenda según la cual Villalpando había prometido en matrimonio a su hija María Rosa (de singular belleza) a un jefe comanche. Sin embargo, Villalpando rompió la promesa y casó a su hija con un joven español llamado Juan José Jáquez. Esta boda, y no la danza de los indígenas pueblos de Taos portando lanzas que llevaban anudadas cabelleras comanches, fue la causa del ataque al villorrio cercano al río don Fernando. La leyenda también cuenta que María Rosa quedó cautiva de los comanches. Su hijo de dos años, José Julián, de alguna manera escapó de los asaltantes ayudado por una mujer que logró salvarse de la matanza y permaneció en Taos, donde fue criado por los vecinos. Se desconoce cómo María Rosa se fugó de sus captores y si hay algo de verdad en esta historia, pero diez años después de la tragedia María Rosa Villalpando se encontraba en San Luis, casada con un próspero comerciante francés de nombre Jean Salé Dit Lajoie, uno de los padres fundadores de la ciudad. Ella había tenido un hijo con uno de sus raptores comanches, pero quizás su legendaria belleza fue


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