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REVISTA GENERAL DE MARINA 270-4 SUP CERVANTES

E. MARTÍNEZ RICO San Pío V y alegoría de la batalla de Lepanto, Museo Naval (Madrid). Aunque no lo parezca, Cervantes, hoy, hubiera sido un escritor amateur, no un Pérez-Reverte o un Javier Marías. Sólo con el Quijote se hace famoso, con 57 años, y ni siquiera esto le da de comer, porque por aquellas fechas lo que abundaban eran las ediciones piratas, y el pobre Cervantes —porque lo era— no olió un duro de todos esos libros impresos. Ni siquiera de las traducciones que se empezaron a hacer en Inglaterra. Fue un autor de éxito internacional, pero sin dinero y casi sin enterarse. Sin embargo, el orgullo cervantino aparece cuando entrega la segunda parte de su obra inmortal, y se la dedica al conde de Lemos. Cuenta, en un relato que no puede ser sino obra de su famosa ironía, que un enviado de la corte china le ha venido a visitar; un enviado del Gran Emperador de China. Le pedía a Cervantes autorización para utilizar el Quijote para enseñar en su país el español, la que hoy llamamos, por cierto, «lengua de Cervantes»: «Preguntéle al portador si su Majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento. —Pues, hermano —le respondí yo—, vos os podéis volver a vuestra China a las diez o a las veinte, o a las que venís despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dinero, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni recontrías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear». 2008 67


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