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REVISTA GENERAL DE MARINA AGO-SEPT 2016

CENTENARIO DE LA CREACIóN DE LA AERONÁUTICA NAVAL de chatarra. Es a los hombres que les dan vida, los operan, los mantienen y los ponen al servicio de los demás a los que merece la pena valorar y de los que se puede aprender algo de cara al futuro. Tal vez cabría empezar por aquellos primeros ministros de Marina y jefes de Estado Mayor de la Armada que, desde el primer momento, no dudaron en tomar decisiones valientes y arriesgadas. Si el almirante Salvador Moreno fue capaz de intuir el futuro de un nuevo tipo de engendro volador denominado helicóptero, su sucesor, el almirante Abárzuza, creó las primeras estructuras orgánicas de lo que habría de ser el Arma Aérea, y el almirante Meléndez sería el primero en «ponerle el ojo» a un prototipo denominado P.1127 Krestel, que acabaría convirtiéndose en el Harrier. Se trata, además, de la historia de un equipo equilibrado. La comisión de oficiales y suboficiales que salió para Fort Worth con el fin de dotar a los pequeños Bell 47G de la Primera Escuadrilla estaba formada por tres pilotos y dos mecánicos. Desde ese momento, todo el crecimiento posterior estuvo basado en dotaciones perfectamente equilibradas y con un creciente nivel de especialización, pues el Arma Aérea fue capaz de ver, desde el principio, que la hora de vuelo no es más que el resultado de un arduo y meticuloso trabajo de mantenimiento y apoyo logístico. Con el paso de los años, las escuadrillas empezaron a ser capaces de mantener turbinas de gas, equipos de aviónica de complejidad creciente, sistemas hidráulicos, fuselajes de fibra de carbono o sillas eyectables, provocando, en no pocas ocasiones, la admiración de propios y extraños. En cierta ocasión, un escuadrón de Harrier del US Marine Corp recaló en Rota para operar con la Novena Escuadrilla y, al carecer de apoyo logístico, solicitaron al Segundo Escalón de Mantenimiento un HUD (Head-up display) prestado, pues había fallado el de uno de sus aviones y el repuesto tardaría algunos días en llegar. Para su asombro, un suboficial electrónico de la Novena, uno de esos españolitos que trabajaban en un hangar con goteras, fue capaz de repararlo, cuando ellos no tenían contemplado en el procedimiento ni tan siquiera abrir el equipo. Cuando el HUD nuevo llegó a su destino, el jefe del escuadrón americano consideró justo regalárselo a la Novena Escuadrilla, lo que debió de suponer el ahorro de algún que otro millón de pesetas. La imagen más gráfica y operativa del esfuerzo coordinado de este gran equipo lo representan las unidades aéreas embarcadas (UNAEMb) a bordo de cualquiera de nuestros barcos. En ellas se combinan las destrezas particulares del mundo aeronaval con la excelencia organizativa del buque de guerra, lo que permite un ciclo de trabajo de veinticuatro horas en el que las aeronaves o están en vuelo o están en mantenimiento. Y es que cada hora de vuelo tiene detrás cientos, tal vez miles, de silenciosas horas de estudio, gestión, logística, desarrollo de manuales de vuelo y doctrina, planeamiento de misiones, reconocimientos médicos, plantones interminables al sol impregnados de aceite, combustible e hidráulico y sustos, muchos sustos. 2016 235


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