Page 31

REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 334

dos partes, arriba y abajo, para poder llevar a más gente y sacar mayor partido a la desgracia. A los que van abajo les cuesta el viaje 3.000 euros. Van hacinados, con los pies hundidos en una mezcla de agua y petróleo, que cada vez les sube más por las piernas según pasan las horas de travesía, y respirando los vapores de los motores. Si tienen la suerte de ser rescatados, como les ocurrió el 4 de noviembre a los 517 que viajaban así, lo primero que tendrán que hacerles en la fragata es curarles las heridas provocadas por ese líquido pringoso y ayudarles a respirar con bombonas de oxígeno. Los ricos, que pagan 4.000 euros, tienen derecho a ir en cubierta respirando el aire marino. Van también hacinados —son más de 500 en una barca de 25 metros de eslora—, pero sólo padecerán hipotermia por el inmenso frío que han pasado. En la fragata, les espera un médico, dos enfermeros y personal auxiliar, pero sobre todo el calor de los 201 tripulantes marcados para siempre por la mala experiencia, como le ocurre al médico, el teniente coronel Adolfo Carabot, que no para de sorprenderse del aguante de los que por unas horas serán sus pacientes. Pero pensándolo bien no le extraña. Hasta la cubierta de la fragata llegan los más fuertes, que por lo que ha podido saber, acaban allí un éxo- Armada do de como mínimo dos años. Vienen de Eritrea, Somalia, Senegal. Muchos otros se han quedado en el desierto, muertos de hambre y sed. Ya en Libia, los traficantes les concentran en Sabratha y si no tienen con que pagar el embarque, les obligan a trabajar para ellos hasta que cobran la deuda. Son los esclavos del siglo XXI. Carabot tuvo que operar a un eritreo de una rotura de fémur. ¿Qué le había pasado? Cuando vio la lancha neumática de los traficantes para los que había trabajado un año, se negó a subir y le obligaron a hacerlo a golpes. Ese último rescate fue el más trágico hasta ahora. Se acercaron en dos lanchas neumáticas de la fragata por cada uno de los lados de la barca de goma. Así evitan el riesgo de que los migrantes se abalancen hacia un lado, la embarcación vuelque y mueran todos. Lo primero es lanzarles chalecos salvavidas; no entran en el precio del pasaje. El 14 de noviembre había un muerto, fallecido durante esas fatídicas doce horas. Estaba enfermo de tuberculosis, había sido maltratado y no pudo soportar aquellas horas, aquel frío y humedad. Enseguida se puso en marcha el protocolo, que llevó al teniente coronel médico a la lancha, en vez de subir el cadáver a bordo. El protocolo es el mismo que el que se aplicaba en los casos de ébola. Lo único que pudieron hacer fue envolver el cadáver y sellarlo, para evitar contagios. A los demás, a los que están en peores condiciones, les llevan a una enfermería improvisada en el hangar. Sienten el miedo en sus miradas. ¿Serán esos europeos con los que sueñan, o libios, de los que ahora huyen porque les han esclavizado? Se dan cuenta pronto por el trato. A los militares españoles les sobra calor y cariño. Enseguida los niños empiezan a jugar por cubierta, y nadie les pega, sino que juegan con ellos. Las madres se dan cuenta de que lo han conseguido, que han llegado a Europa. A los hombres, que son el 85 por ciento de los rescatados, les costará más. Saben que el éxodo no ha acabado. Doce horas después, cuando llegan a puerto, son capaces de agradecer lo que unos europeos desconocidos, militares, han hecho por ellos, y la tripulación de la fragata vuelve al trabajo. Saben que ya hay otros en alta mar esperándoles. Carmen del Riego Catania (Sicilia) Publicado en La Vanguardia el 6 de diciembre de 2015 Diciembre 2016 Revista Española de Defensa 31


REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 334
To see the actual publication please follow the link above