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Revista General de Marina 269 5 dic

TEMAS GENERALES podía olvidarlas. En pro de una divulgación comprensible, se suele denominar «Arquitectura Naval» a un libro que Jorge Juan titula Del andar o movimiento progresivo que da al navío el impulso del viento en las velas y el rumbo que le obliga a seguir, es decir, la aplicación de la Teoría de Velas al buque determinando los efectos de aquellas sobre este (velocidad directa y lateral, deriva o abatimiento y trepada a barlovento, escora y asiento), lo cual viene a ser base de supuestos para planificar y materializar una embarcación de vela, o sea, la Arquitectura o Diseño Naval, término que el autor no emplea pero sí materializa mejor que nadie en su tiempo. Profundizando en detalles El tomo primero constituye un aporte de principios físicos en los que va a descansar toda su teoría; el libro primero es un tratado de Mecánica general, que comienza corrigiendo a Bouguer en la generalización de fuerzas no iguales ni perpendiculares; también a Bernoulli en la situación del eje de rotación, definiendo las llamadas fuerzas vivas y muertas. Se exponen los experimentos de Gravesande en greda, Bilfinger y Amontons sobre fricción, cuyas teorías de Euler discuten. Por último, se interna en la Teoría de la Cuña sobre un plano inclinado, efectuando diferentes observaciones acerca de la palanca. Todo este desarrollo científico incomprensible para el profano no es sino proveerse del aparato físico y matemático teórico para lo que vendrá después. Existe una poderosa razón histórica para ello: cuando el marqués de la Ensenada envía a Jorge Juan y Ulloa a Inglaterra para su célebre operación de «espionaje», lo hace consciente de la escasez de bagaje científico, en lo referente a Mecánica, que padecen los grandes proyectos navales españoles. Adquirirlo es, pues, prioridad estratégica para nuestros astilleros, quedando finalmente lo aprendido plasmado en el Examen. En el libro segundo del tomo primero entra de lleno en la Hidrostática, titulándolo Del Equilibrio de los Fluidos y la Fuerza con que actúan en Reposo. Aparece la fórmula para hallar la resistencia de un diferencial de superficie en movimiento, entrando también al debate de este cálculo en comparación con el de Wallis, que lo hace depender únicamente de la velocidad, y el de Euler, al que critica, pues obtiene un peso de líquido disparatado. De nuevo se decanta por los enunciados de Newton, con resistencias en razón duplicada de las velocidades, aun cuando no esté de acuerdo con sus experimentos. La conclusión es que «las resistencias no siguen ni la ley de las simples velocidade, ni la de los cuadrados, sino que varían según las circunstancias y disposición de las superficies impelidas por los fluidos». Podría parecer curioso que empelucados caballeros del siglo XVIII se dedicaran a arrastrar por el agua plaquitas de metal en diferentes posiciones buscando una formulación para la resistencia encontrada; detrás de ello subyace la necesidad de determinar con 2015 865


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