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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 112

164 ARTURO CAJAL VALERO neocatólico madrileño tratara de arrogarse la representación del País Vasco en vez de las Diputaciones y la prensa nativas del país; desde el Convenio de Vergara las Vascongadas eran pacíficamente leales a la rei-na constitucional Isabel II, al igual que los antiguos jefes carlistas que militaban en el Ejército65; y con su apariencia de amistad La Esperanza solo trataba de utilizar a estas provincias para su causa partidista, tra-tando de despertar el recuerdo de la guerra civil “por espíritu de ban-dería”, “so color de una protección que el País Vasco no necesita”66. Por lo demás, los agoreros pronósticos del periódico neocatólico so-bre los nefastos efectos que el nombramiento de Latorre tendría en la presentación de voluntarios (sin duda, nada le hubiera convenido más que semejante desaire de la masa del pueblo vascongado al Gobierno y las Diputaciones liberales) no llegaron a cumplirse; corporaciones fo-rales y la prensa liberal vasca le prestaron un caluroso recibimiento, se lograron reunir los 3.000 hombres prometidos67 y el propio Latorre se mostró como un jefe conciliador y activo que dejó un buen recuerdo en el país. En este sentido, y además de otras actuaciones ya citadas con ante-rioridad (bandera, uniforme, mandos subalternos…), Latorre tendría el gesto de agregar a la plana mayor de la división al 2.º comandante 65  Por ejemplo, La Iberia, 16-12-1859. 66  Irurac Bat, 20-12-1859. “Borrados están de la mente de los vizcaínos los rencores que creó una guerra fratricida”; “quien quiera que tienda a destruir esta her-mandad de ideas, esta igualdad de pensamientos, esta quietud de espíritu, ¿qué consideración y aprecio se merece?”. El demócrata La Discusión afirmaba que tal vez incluso el verdadero deseo de tales neocatólicos fuese ver a los Tercios Vascongados alzarse en armas por la antigua bandera carlista (23-11-1859). 67  Aunque después La Esperanza tratara de rebajar este logro, afirmando que los voluntarios ingresados en filas no eran “verdaderos voluntarios” llamados “con propiedad”, es decir gratuitos, sino sustitutos retribuidos (que lo eran, ciertamen-te). Ahora bien, la desfavorable comparación que establecía este periódico con los muchos más miles de hombres que habían militado en el bando carlista durante la guerra civil no era de rigor, porque en 1833-39 los carlistas vascos habían com-batido mayormente sin salir de su suelo natal, mientras que en 1859 se trataba de ir a luchar a África… lo que desde luego era muy distinto, pues no son ni lejana-mente comparables ambos supuestos en cuanto a sacrificio personal, a los usos y costumbres del país, etc. Por lo demás, es preciso insistir y recordar siempre, para evitar posibles equí-vocos, que cuando las Diputaciones y la prensa vasca hablaban de la “volunta-riedad” de los Tercios, se referían a la voluntariedad del servicio colectivo ofre-cido por las corporaciones forales, no necesariamente a la índole personal de los hombres reclutados (que podían ser, bien voluntarios –en la práctica, sustitutos contratados–, o bien en su defecto, sorteados del alistamiento foral). Como había ocurrido también en otros servicios exteriores del pasado.


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