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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 112

22 ANA ARRANZ GUZMÁN guerra a lo largo de ocho siglos debió condicionar en buena medida al conjunto de la población en todas sus actividades y actitudes y, tam-bién, como es lógico suponer, a los miembros del estamento eclesiástico. Pero ¿es apropiado hablar para la Corona de Castilla de la existencia de obispos marcados por esta realidad bélica hasta el extremo de resultar singulares respecto al resto de los prelados europeos? Curiosamente, los escasos datos que nos han llegado en torno a juicios de valor conjun-tos sobre nuestros eclesiásticos mencionan, en efecto, su “singularidad”, pero no por su especial celo militar, sino por su desmedida pasión por las mujeres24. Por otro lado, se han conservado suficientes noticias so-bre otros prelados europeos, incluso sobre algunos Papas, que asimismo empuñaron las armas en diferentes momentos y por distintos motivos25. Así mismo, también tenemos algunas noticias de prelados guerreros en la Península con anterioridad a la llegada de los musulmanes26. No obs-tante, de lo que no cabe duda es que a lo largo de la Reconquista se fue 24  Sirva como ejemplo el que el legado pontificio Juan de Abbeville, tras celebrar el concilio vallisoletano de 1228 y comprobar el estado general de nuestra clerecía, envió un informe a Gregorio IX en el que se mencionaba una cierta singulari-dad de nuestros eclesiásticos, que les diferenciaba del resto y que veía difícil de erradicar: su especial pasión por las mujeres. Algunos datos más sobre el tema en ARRANZ GUZMÁN, A.: “Celibato eclesiástico, barraganas y contestación social en la Castilla bajomedieval”, en Espacio, Tiempo y Forma. Revista de la Facultad de Geografía e Historia. Serie iii, Madrid, 21 (2008), pp. 13-39. 25  Existen un buen número de noticias sobre otros reinos europeos que relatan al-gunas situaciones similares. Así, una capitular carolingia del año 769 se pronun-ciaba de la siguiente manera: “Prohibimos de forma absoluta a los clérigos que tomen las armas y vayan a la guerra, con la excepción de aquellos que han sido elegidos en razón de su cargo, para celebrar la misa y llevar consigo las reliquias de los santos”. Pero también nos consta que en el año 1000 el obispo Bernardo mandaba las fuerzas de Otón III y combatía con una lanza que contenía a modo de reliquia varios clavos de la vera cruz; y que a mediados del siglo x el obispo de Metz, Adalberón, y el de Colonia, Bruno, compaginaban las actividades béli-cas y los asuntos pastorales. En época posterior, igualmente, el cronista Froissart relataba con admiración cómo el capellán del conde de Douglas en la batalla de Otterburne (1388) hacía retroceder a los ingleses con los golpes de su hacha. En cuanto a los papas, sabemos cómo algunos de ellos también tomaron las armas (León IV –847-855– contra los sarracenos en Italia; León IX –1049-1054– con-tra los normandos…), Cf. HILDESHEIMER, E.: L’activité militaire des clercs à l’époque franque, París, 1936 y CONTAMINE, PH.: op. cit. pp. 304, 338. 26  Sirva como ejemplo el caso del obispo Agapio de Córdoba, cuya conducta bélica fue reprobada en el concilio de Sevilla del año 619. Tampoco hay que olvidar que de acuerdo con la legislación visigoda, en concreto las leyes de Wamba (672- 680), los clérigos estaban obligados a prestar servicio militar. Cf. PÉREZ SÁN-CHEZ, D.: El ejército en la sociedad visigoda, Salamanca, 1989, pp. 143-145, y BRONISCH, A. P.: Reconquista y guerra santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del siglo xii, Granada, 2006, pp. 51-52.


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