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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 112

62 ANA ARRANZ GUZMÁN Después de todo lo expuesto, no parece necesario elevar por encima de todos los posibles condicionantes alguno concreto por considerar-le  de mayor incidencia en los obispos a la hora de entregarse con mayor fuerza y continuidad en las campañas alfonsíes. Sin embargo, por no ser uno de los que generalmente se suelen barajar, me parece oportuno subrayarlo aquí para el reinado de Alfonso XI. Se trata, sencillamente, de la amistad, de las buenas relaciones personales que unieron al mo-narca castellano con algunos de los prelados. Por tales lazos personales, hemos visto a personajes tan variados como don Pedro de Sigüenza, de oscuros orígenes pero siempre junto al rey, ser promocionado por este hasta Santiago en contra del parecer de los capitulares compostelanos; o, en un extremo contrario, a don Gil de Toledo, de familia notable y de enorme preparación intelectual, su gran consejero; o a don Álvaro Pérez de Biedma, miembro de la nobleza y, por encima de todo, destacado guerrero. Queda, por último, hacer una consideración final en torno a la can-tidad de obispos que acudieron a las batallas, así como si hubo o no un sentir general de los mismos en relación a su participación como guerre-ros en la lucha contra el islam a lo largo de estos años. Todo indica que en las empresas bélicas desarrolladas durante este reinado, sobre todo en la última etapa, la concurrencia de obispos resultó especialmente nutri-da si la comparamos con otros períodos de la Reconquista, anteriores y posteriores. La lectura de las crónicas no deja lugar a dudas, pero tam-bién nos puede llevar a un cierto engaño si lo que deseamos realmente es conocer el comportamiento global del episcopado. Así, frente a esa sensación primera que uno puede tener al leer las páginas que recogen la toma de Olvera, la batalla del Salado o el cerco de Algeciras, salpicadas de nombres de obispos, parece oportuno tener en cuenta también a los “ausentes”. Los datos cuantitativos hablan por sí solos. Hemos conta-bilizado 22 obispos ligados de forma diferente a la guerra durante los treinta y ocho años de reinado. De ellos, uno actuó solo como media-dor con Portugal, dos predicaron la cruzada, otro actuó como médico del rey y tres respaldaron al monarca en los ayuntamientos celebrados para cobrar las alcabalas, de lo que se deduce que fueron solo 15 los que realmente empuñaron las armas. Insisto en que se trata de una canti-dad importante en comparación con la existente para la mayoría de los combates que se dieron. Pero si tenemos en cuenta el número total de obispos titulares de diócesis a lo largo de estos años, dicha importancia se relativiza. Lo cierto es que durante estas casi cuatro décadas hubo 131 obispos, cifra a la que habría que restar 18, que fue el número de tras-


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