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REVISTA GENERAL DE MARINA AGOSTO SEPTIEMBRE 2014

PRIMER CENTENARIO DEL INICIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL... extranjera propició una serie de rumores que obligó al Gobierno a entregar a la prensa a regañadientes el comunicado oficial alemán. Estas primeras noticias harían creer al pueblo inglés, y al resto del mundo, que la Grand Fleet había sido víctima de la más grande derrota naval. Poco después se recibió un escueto parte de Jellicoe, en el que se refería, en líneas generales, al desarrollo de la acción, detallaba las pérdidas propias y valoraba con extrema prudencia las bajas de la Marina alemana, sin citar los nombres de los buques hundidos. El breve informe de Jellicoe fue interpretado por el Almirantazgo como que algo había salido mal y que, desde luego, la Grand Fleet no podía cantar victoria. Los periódicos ingleses el día 3 publicaron, por fin, el comunicado del Almirantazgo británico, que causó un efecto desastroso en la capital inglesa. El parte era pesimista, sin mencionar, ni una sola vez, la palabra victoria. Se daban por perdidos 17 buques propios: de 11 de ellos se citaban los nombres y los restantes eran seis destructores desaparecidos. En cuanto a las pérdidas alemanas, se citaba el hundimiento de cuatro buques, pero sin aportar nombres. La opinión pública busca al culpable del fiasco El resultado de Jutlandia, tan imprevisto por el pueblo británico, produjo una dolorosa sacudida de desencanto. Y bien pronto el pueblo inglés comenzó a inquirir sobre quién era el responsable del fiasco. En tal búsqueda se mezclaban los intereses políticos, las pasiones personales y las simpatías o falta de ellas de los personajes involucrados. Jellicoe no gozaba de popularidad en el mundo de los periodistas, a los que siempre había evitado. Beatty, por el contrario, tenía gran aceptación en la alta sociedad, en el Parlamento y entre la clase periodística. Además era millonario por su matrimonio con una rica heredera. El culpable de no haber obtenido una victoria resonante —a lo Trafalgar— era el almirante en jefe, Sir John Jellicoe, quien había permitido que la Hochseeflotte regresara a sus bases prácticamente intacta. Mientras, el supuesto héroe no podía ser otro que Beatty, el jefe de la escuadra que más había padecido en la batalla, el que se había acercado más al enemigo, el que se había batido con él con gran arrojo y valentía. Este afán de combatir, en detrimento de su misión principal —la de informar a su superior de la entidad y situación de la flota enemiga—, es lo que le echaban en cara sus detractores a Beatty. Aún no habían transcurridos cinco meses de Jutlandia cuando el ministro Balfour ofreció a Jellicoe el cargo de primer lord del Almirantazgo, y haciéndose eco del clamor popular el Gobierno nombró a Beatty para sustituirle en el mando de la Grand Fleet. Jellicoe aceptó el nuevo cargo con cierta amargura, tal como dejó escrito en sus memorias: «Dejé el buque insignia Iron Duke 2014 277


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