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REVISTA GENERAL DE MARINA ABRIL 2015

VIVIDO Y CONTADO Creo que hubiera sido un buen oficial de la Armada, como cualquiera de las otras veintidós —sí, veintidós— Niñas del Juego de la Guerra, pero puede que esta creencia solo sea fruto de algo que es imposible verificar. ¡Éramos un buen pelotón! Estoy segura de que todas ellas podrían firmar este artículo. Fueron muchos años, yo exactamente veintidós, y muchos juegos, «mucha guerra». Nosotras probábamos los equipos jugando el supuesto planteado por los profesores y la solución elegida entre todas las presentadas por los alumnos, y el jueves venían los futuros Hombres G y el ejercicio era de ellos; bueno de ellos y de nosotras, que ya sabíamos de qué iba todo. Cuántas anécdotas, cuántos buenos ratos, cuántas risas y cuántos amigos… De los malos momentos, que debió de haberlos, no conservo ni un solo recuerdo (aunque puede ser por la edad). Los primeros años se «jugaba» en un simulador, que era como el CIC de un barco, con un DRT en el que había que dibujar la costa y no siempre se acertaba. Recuerdo un juego en el que lanzábamos misiles sobre un contacto que a los demás les daba en tierra: «no pasa nada, seguimos lanzando sobre el camión», dijo el comandante; por supuesto, la costa estaba mal dibujada. A mí me encantaba el radar y la pantalla aérea, y me veía como en las películas americanas. Como decía, pasamos de esos equipos a unos ordenadores enormes con unas pantallas llenas de información, tres teclados y tres cursores que se manejaban como los actuales ratones de bola, lo que te exigía tener tantos brazos como un pulpo. Tres bolas amarillas para dirigir los cursores que todos 486 Abril


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