Esta obra aborda el sistema defensivo que tuvo que acometer el reino de Sevilla durante la Baja Edad Media, tras su incorporación a Castilla. La apresurada conquista del valle del Guadalquivir durante la primera mitad del siglo XIII, trajo consigo la creación de una doble frontera: por un lado la que hacía frente al tradicional enemigo durante siglos, el poder musulmán, ya arrinconado en torno al reino de Granada, por el otro una frontera más peligrosa si cabe, frente al reino de Portugal.
Por ello, ya desde la reconquista, Fernando III concede a la ciudad un gigantesco alfoz con una numerosa dotación de fortificaciones, torres y castillos para proteger las posibles incursiones enemigas en los campos y la propia ciudad. Será el Concejo, creado por los propios reyes, el encargado de mantener, modernizar y extender esta red defensiva que iba desde la sierra de Huelva hasta la serranía de Ronda.
A través del estudio histórico y arquitectónico se ha podido constatar la imposición de un auténtico programa constructivo, que afectaba al menos a treinta fortificaciones. Encabezado por el concejo hispalense, respaldado por la monarquía y secundado por la nobleza, debió requerir un enorme esfuerzo de logística para la época y los medios disponibles en ese ámbito.