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Armada Ciencia y Cultura fervor. Es, por tanto, fácil de comprender la intención de los hombres del recinto castrense de incluir a San Pedro en el ciclo procesionil del Miércoles Santo y formar parte de la Cofradía California. Con todo lo expuesto, en 1755 los Destajistas de Jarcias del Real Arsenal de Cartagena, solicitaban de los directivos californios permiso para procesionar el trono de San Pedro, junto al de San Juan, la Virgen Dolorosa y Cristo del Prendimiento en la noche del Miércoles Santo, la cual suponemos le sería admitida. Pero los destajistas no debieron atender satisfactoriamente el culto y devoción al Titular, por lo que siete años después, 1763, serían relevados de sus compromisos adquiridos con la Cofradía, haciéndose cargo de los mismos el Servicio de Calafates del Arsenal. La solicitud, aprobada el 23 de marzo de 1763, por el Hermano Mayor, D. Juan Bautista Lamberto, Presbítero y Vicario de la ciudad, y el Comandante General del Arsenal —cuyo nombre no han conservado los documentos— es además la prueba definitoria del vínculo de la Armada con San Pedro desde los albores de su fundación. No se conoce la fecha exacta, aunque ya en esta centuria hay referencias documentales 20 BIP del traslado de San Pedro el Martes Santo desde el Arsenal hasta la iglesia de Santa María de Gracia o Iglesia Mayor, para participar al día siguiente en la procesión de los Californios ; costumbre convertida en tradición a lo largo de todos estos años hasta nuestros días. El cortejo contaría con la colaboración de todos los Cuerpos de la Maestranza, de importantes donativos recogidos entre operarios de Herrerías, Armeros, fábricas de Jarcias, Lonas, Veleros, Carretas de Astillero, Oficiales de Mar, de Galera, marineros y tripulaciones de buques del Arsenal, y otras ayudas en materiales que pudiera necesitar, convirtiéndose el Apóstol en patrón de dicha institución en Cartagena. El Martes Santo, titular y trono eran preparados por la mañana para, al atardecer, formar una comitiva de dos largas filas de operarios, provistos de cirios encendidos, vestidos con los trajes de gala de sus respectivos cuerpos de la Maestranza, junto a la banda de música y un piquete de Infantería de Marina, y así llevar a San Pedro a la Iglesia Mayor. Este hecho debió contar con el beneplácito de los jefes y oficiales del Arsenal, ya que sin él difícilmente podría explicarse la participación de los maestrantes en el mantenimiento y cuidado del trono e imagen, y su salida desde dicho centro militar. Los calafates acompañaban en estos primeros años en la procesión del Miércoles Santo, en número no inferior a doscientos, a su Santo Patrón por las calles de Cartagena, promoviendo el respeto y la devoción de los vecinos. La centuria del XIX es la más oscura de la historia de las procesiones cartageneras. Los libros de Actas y demás documentos de las dos hermandades perdidos en la Guerra Civil; la falta de continuidad en los desfiles pasionarios -muchos años no saldrían- provocados por las crisis económicas en la ciudad y convulsiones políticas en el país, hacen difícil la información de lo sucedido en los años decimonónicos. Los componentes de San Pedro también se verán envueltos en esta vorágine de vicisitudes negativas y padecerán, al igual que el resto de cofrades, la ausencia de los cortejos en la calle. Cuando las condiciones económicas y sociales le sean favorables, los operarios de la Maestranza sacarán a su Titular el Martes Santo a la vieja usanza dieciochesca: uniforme militar, gorra de visera en una mano y el hachote en la otra. Habría que esperar al último tercio del siglo para ver la recuperación de las procesiones y romper la intermitencia sufrida a lo largo de más de cincuenta años. El Traslado de San Pedro se hace, según testimonio periodístico de 1885, por «una comitiva semioficial con la banda de música de Infantería de Marina, precedida de la bocina (monumentales trompetas de cinco o más varas de longitud, transportadas en pequeños carritos que llevaban adornos representando castillos, garzas, montes, etc.) y una multitud de operarios con cirio». La indumentaria de los penitentes de San Pedro —los actuales colores negro y blanco— data de los primeros años del siglo XX, y los trajes eran vestidos por soldados del Ejército de Tierra de la guarnición al mando de un suboficial, a los cuales se les gratificaba con una pequeña cantidad de dinero (diez céntimos en los primeros tiempos, y una peseta en fechas posteriores) y un conco (bollo con un huevo cocido en el centro, merienda tradicional en fechas de Pascua de Resurrección) o empanada, por su participación en el desfile procesionil. Los responsables, nombrados por las respectivas hermandades y resto de cofrades, salían de nazarenos delante de los respectivos tronos. Esta estructura organizativa de la procesión se mantendrá hasta la segunda década del siglo XX, al producirse un cambio radical, con la fundación de las agrupaciones. Los operarios maestrantes de San Pedro no serían ajenos a esta «revolución ». Un primer paso importante se produce en 1928 con el acuerdo del Cabildo de Mesa Californio (Asamblea


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