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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 114

196 FERNANDO CALVO GONZÁLEZ-REGUERAL retirado, pero en cierta medida en lo más alto de su carrera como polemista y muy dolido por el trato recibido en su querido Ejército, conoció a sir Oswald Mosley, dirigente de la British Union of Fascists. Para juzgar o, simplemente, para narrar esta parte de la biografía de nuestro personaje, podemos tomar dos aproximaciones: una de ellas es hacerlo a sabiendas de todo lo que ocurrió después tanto en su vida como en el mundo; la otra, que creemos que es más honrada intelectualmente y más ecuánime para valorar sus decisiones en cada momento, es hacerlo tratando de viajar en el tiempo e ir dando con él paulatinamente los pasos que lo llevaron a cada circunstancia vital. Así, lo primero que habría que decir es que, en el año 1934, el fascismo, como su polo opuesto, el comunismo, gozaba no solo de un aura de romanticismo en prácticamente todo el mundo, sino que incluso eran movimientos aplaudidos y, en cierta manera, envidiados incluso en países tan arraigadamente democráticos como la Gran Bretaña (recordemos a Churchill aclamando sinceramente a Mussolini o la fascinación de una América deprimida por los planes quinquenales de Stalin). Además, el mundo del año 1934 era un mundo conmocionado por una crisis económica sin precedentes y profundamente ideologizado, donde movimientos de todo tipo tenían cabida; los peores crímenes de ambos regímenes estaban por venir (y, aun cuando vinieron, todavía gozaron del beneficio de la duda, especialmente en el caso de la Unión Soviética). La British Union of Fascists, por tanto, era un movimiento que gozaba de un discreto predicamento —se habla de cincuenta mil miembros en un momento dado, quién sabe cuántos más simpatizantes—, incluso de prestigio entre ciertos círculos intelectualoides británicos. Su fundador, sir Oswald Ernard Mosley, de muy buena familia, herido de guerra, brillante orador y hábil político, había recorrido todo el arco parlamentario, desde posiciones conservadoras al ala más radical del laborismo, buscando soluciones para la clase obrera inglesa lejos del comunismo, su bestia negra. Su modelo, sin duda, fue el fascismo de Mussolini, por supuesto en aquel entonces mucho más exportable y prestigiado que el nazismo claramente antisemita de Hitler (si bien Mosley fue radicalizándose y cayendo en la esfera de este último a medida que se acercaba el estallido de la Segunda Guerra Mundial). Este es el entorno en el que hay que entender el acercamiento de Fuller a la BUF: un hombre dolido que no ha podido realizar su sueño desde dentro —un sueño por el bien de su país, no lo olvidemos—, atraído por un movimiento autoritario que abogaba por una democracia corporativa al estilo de una Italia entonces modelo de economía vibrante en todo el mundo. Si la modernización del Ejército podía venir por ahí, entonces Fuller bien podía hacerse «fascista » en estos términos antedichos. Lo que decimos no es una justificación, Revista de Historia Militar, 114 (2013), pp. 157-236. ISSN: 0482-5748


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