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pólvora y municiones), doce jabeques, tres bergantines, nueve más pequeños, y la fuerza atacante: veinticuatro cañoneras con piezas de a 24, ocho más con piezas de a 18, siete con calibres menores para abordaje, veinticuatro con morteros y ocho obuseras, con piezas de a 8. La expedición adquiere un cierto aire de cruzada, contando con el apoyo de la Armada de Nápoles, entonces tan íntimamente unida a la española, que bajo el almirante Bologna aporta dos navíos, tres fragatas, dos jabeques y dos bergantines; la de Malta, con un navío, dos fragatas y cinco galeras, y la de Portugal, al mando del almirante Ramírez de Esquivel, con dos navíos y dos fragatas, si bien ésta llega tarde y ya en plenos bombardeos. Tras una solemne advocación de la empresa a la Virgen del Carmen, la escuadra zarpa de Cartagena el 28 de junio de 1784, llegando a Argel el 10 de julio. El día 12 a las 0830 horas se rompió el fuego, sosteniéndolo hasta las 1620, intervalo en el que se lanzaron una 600 bombas, 1.440 balas y 260 granadas, contra 202 bombas y 1.164 balas del enemigo. Se observaron grandes destrozos incendios en la ciudad y fortificaciones, y se rechazó a la flotilla enemiga, de 67 unidades, causando la voladura de cuatro de ellas. Las bajas atacantes se redujeron a seis muertos y nueve heridos, más por accidentes con las espoletas a bordo que por fuego enemigo, aumentadas tristemente y de forma accidental con la voladura de la cañonera número 27, mandada por el alférez de navío napolitano don José Rodríguez. Y así durante siete ataques más, sin incidencias dignas de mención, salvo que en uno de ellos un disparo de la defensa alcanzó en la flotación a la falúa desde la que Barceló dirigía el bombardeo, echándola a pique. Acudió en su ayuda su Mayor General don José Lorenzo de Goicoechea, transbordándole sin herida alguna a otro bote, desde donde siguió dando órdenes sin dar mayor importancia al incidente. Al fin, el 21 de julio se decidió poner fin al ataque, tras haber disparado más de 20.000 balas y granadas sobre el Armada Ciencia y Cultura enemigo, y tras haber perdido unos cincuenta y tres hombres y resultado heridos otros sesenta y cuatro en los ocho ataques, buena parte de ellos debidos más a accidentes que al fuego enemigo, aunque resultó evidente que en esta ocasión las defensas eran más fuertes. El rey, después de tantas glorias, se sirvió concederle el sueldo de teniente general, que era el que debía estar cobrando, porque el grado ya lo tenía, siéndole concedida la condecoración de Real Orden de Carlos III. Hubo por aquel tiempo una copla con gracejo típico andaluz que decía: «Si el rey de España tuviera cuatro como Barceló, Gibraltar fuera de España que de los ingleses no». Continuó don Antonio Barceló al mando de las fuerzas de mar y de tierra en Algeciras, durante el bloqueo de Gibraltar y, como siempre, demostrando su valor y denuedo extraordinarios en varios enfrentamientos. Murió en Mallorca en 1797, con 80 años. Cita textual de un punto de su biografía, compuesto por don Carlos Martínez-Valverde. «Fue Barceló un general muy discutido en su tiempo. No tuvo muchos amigos entre los jefes de la Armada, pero contaba con numerosos émulos. Contribuía a ello seguramente su tosquedad en el hablar y lo brusco de sus modales, como también la expresión de suspicacia que le hacía tener su sordera, defecto que le ennoblecía por haber sido causado por el estampido de los cañones. Su cara tampoco era muy atrayente, sobre todo después que la cruzó la cicatriz de una de sus heridas. Su instrucción se limitaba a saber escribir su nombre. Pero si bien no tenía muchas simpatías entre los jefes, era en cambio el ídolo de sus marineros. Con ellos se mostraba cariñoso y afable y les trataba con familiaridad, no obstante ser con ellos exigente hasta el extremo, cuando la ocasión lo pedía». En todo el litoral mediterráneo gozaba de una popularidad por nadie superada. El conde de Fernán Núñez se expresaba con respecto a él: «Aunque excelente corsario, no tiene ni puede tener por su educación las cualidades de un general». «No obstante, es indudable que su inteligencia y su fina percepción suplían la falta de cultura general. Su preparación en el terreno de la experiencia era grande, pues se basaba en el ejercicio de la mar y de la guerra, es decir, en lo real de la profesión. En ésta era todo diligencia, vigilancia y serenidad, destreza y pericia en las maniobras, y sobre todo tenía un valor ardoroso que comunicaba a los que le rodeaban, por difíciles que fuesen las Retrato del teniente general Antonio Barceló. circunstancias. Completa este retrato moral el decir que Barceló poseía un corazón bondadoso y noble». Estas dos últimas cualidades son las que explican que soportara durante tantos años los desatinos de sus jefes primero y de sus compañeros después, pero esto suele ocurrirle a todos los que, como Barceló, habiéndolo dado todo por la Patria, han terminado en el más absoluto ostracismo. No fue casualidad que la Armada pusiera en 1975 el nombre de Barceló al patrullero cañonero P-11, primero de la clase del mismo nombre, compuesta por seis unidades que han servido a la Armada durante más de 30 años. BIP 49 Museo Naval de Madrid.


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