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TIERRA DIGITAL 32

Cultura patio. Dejando atrás el ruido de la batalla y el polvo levantado por los vehículos. Dentro la situación era muy complicada, con muertos y heridos. Por el camino, habían apoyado a una sección salvadoreña que estaba intentando llegar a pie hasta la cárcel a ayudar a sus compañeros, pues sabían que muchos de ellos estaban en peligro; pero rápidamente fue rodeada por un número muy superior de gente armada hasta encontrarse en verdaderos apuros. Los apoyaron con el fuego y los dejaron en el lugar más seguro posible con la promesa de recogerlos más tarde. ¡Volveremos por vosotros, resistid aquí! Dentro del edificio de la ICDC, mientras sacaban todo lo que se podía de los vehículos para poder cargar los heridos que iban en camilla, se sopesó la situación; los heridos eran graves y el capitán salvadoreño le pidió al alférez Guisado que se los llevara rápidamente, pero que no se olvidara de ellos. Con un saludo confiado Jacinto se despidió del capitán. El personal de la Sección iba dispuesto como habían practicado miles de veces, en una rutina que en ocasiones parecía aburrida y trivial y ahora se convertía en instinto. Todos cubrían sus sectores. Recorrieron el camino de vuelta, disparando sobre todas las bocas de fuego que les atacaban, manteniendo en sus corazones esa tradición del coraje que sólo es capaz de describir el verso y la pintura. Rápidamente Ahora tienen que volver al mismo camino tan indescifrable como la primera vez, pero ya conocido en su necesitado esfuerzo entraron en la base y después de dejar a los heridos en el botiquín volvieron a su despliegue y dieron novedades. El coronel le preguntó a Jacinto cuánto personal quedaba en la cárcel. Al decirle la cantidad, casi un centenar, le ordenó volver y sacarlos. Volver de nuevo. Volver de nuevo a la luz o a las sombras de las batallas que aquello era ahora Najaf, una auténtica batalla. Jacinto miraba a sus hombres y mujeres sabiendo que lo que iba a pedirles era volver al combate, volver a un lugar ya conocido lleno de metralla, donde hacía falta algo más que arrojo; y ellos, sin duda lo tenían: instrucción y disciplina. Tenían que municionar de nuevo, pues habían gastado todos los cargadores que llevaban. El sargento Pinto y el cabo Acevedo, fueron a por munición. Los VEC de Caballería les entregaron cartuchos de 7,62 para las ametralladoras. Ya habían cruzado la ciudad una vez, combatido sin bajas propias, roto el cerco y vuelto con heridos que consiguieron salvar la vida; y ahora, tienen que volver al mismo camino tan indescifrable como la primera 77


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