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1060 operaciones encubiertas protagonizadas por militares (aunque también por otras agencias del actor implicado). De todo ello daremos cumplida cuenta en el siguiente epígrafe de este análisis. Por el momento, como refuerzo del punto anterior, hay que decir que en todo caso la GZ debe su existencia —o su continuidad— a que no se traspase el umbral que define las guerras abiertas. Umbral que, consecuentemente, permitiría (o exigiría) la respuesta internacional. A su vez, ese umbral es definido a través de un doble rasero. Por un lado, el que está contenido en las normas del DIP vigente, fundamentalmente la CNU. Pero también, por otro lado, aquel que tiene que ver con la experiencia acumulada y la práctica estatal35. El segundo rasero es más bien empírico (politológico) y atiende a los parámetros entre los que razonablemente se moverán los EE.UU., la OTAN (u otros actores regionales con responsabilidades en materia de seguridad colectiva) a la hora de posicionarse a favor o en contra de una intervención. Por lo tanto, para que la GZ sea plenamente efectiva, respondiendo a su propia función —es decir, limitando y controlando el riesgo de escalada hacia una «Open» u «Overt» warfare— habrá que estar atento tanto a las implicaciones jurídicas como a las político-estratégicas de las medidas que se vayan adoptando, tratando en todo momento de que no se cruce ninguno de esos umbrales (no necesariamente idénticos)36. Se ha planteado, asimismo, un interesante debate acerca de hasta qué punto las dinámicas propias de la GZ constituyen una alternativa al inicio de una guerra abierta o tan solo una preparación para desarrollar en el futuro una guerra abierta (probablemente en forma de HW). Si consideramos que el concepto de guerra abierta incluye las guerras híbridas y las convencionales, o incluso que hasta las guerras convencionales más citadas en los manuales contienen importantes componentes híbridos37 la primera lectura parece prudente: la auténtica oposición se establece entre la GZ y las guerras («Black Zone», en definitiva). En ese sentido, es coherente plantear 35 Chambers enfatiza más lo primero, pero Echevarría recuerda la importancia del segundo rasero en términos de práctica internacional. 36 A no ser, claro está, que el actor que promueva dinámicas de GZ para satisfacer sus intereses considere que ha llegado el momento de pasar a una fase de «Open Warfare» (probablemente como HW). 37 Interesante tesis, defendida especialmente por Mazarr y con especial ahínco por Echevarría (vid. Echevarría, op. cit., pp. 7-8). Si esto es cierto, la distinción entre estos dos tipos de guerras abiertas podría (debería) reconsiderarse. Profundizar en este aspecto nos llevaría muy lejos y es prescindible en este análisis. Pero no quería dejar de apuntarlo. bie3 ,ĂĐŝĂƵŶĂĚĞĨŝŶŝĐŝſŶĚĞůĐŽŶĐĞƉƚŽͨ'ƌĂLJŽŶĞͩ;'Ϳ :ŽƐĞƉĂƋƵĠƐYƵĞƐĂĚĂ ŽĐƵŵĞŶƚŽĚĞ/ŶǀĞƐƚŝŐĂĐŝſŶ ϬϮͬϮϬϭϳ ϭϲ


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