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BOLETIN INFORMATIVO DE SANIDAD MILITAR 33

32 HISTORIA Y HUMANIDADES 2018 Doña Catalina, al saber que iba a ser coronado su cuñado, le quiso enviar una joya de gran valor. La encontró entre las que pertenecían a su hijo Juan. Era una gran corona de esmeraldas, zafiros y perlas gruesas que le hizo llegar por manos de Fernan Manuel de Lando y Juan de la Cámara, ya que aquella corona, había sido ceñida por la cabeza del rey Don Juan, su padre y por Don Enrique su hermano. El rey se armaba caballero de la Espuela Dorada, antes de ser coronado como soberano. El Infante veló armas en la iglesia de San Salvador de Zaragoza y al alba del domingo, Don Fernando se levantó, oyó misa y ceñida su espada mandó al duque de Olivares que le nombrase; éste sacó la espada del Infante con gran reverencia, se la puso sobre la cabeza y lo armó Caballero; le calzaron las espuelas el Maestre de Santiago, su hijo, y el duque de Gandía. El 5 de septiembre de 1412, fue proclamado rey de Aragón. Al ocupar el trono tuvo que sofocar la rebelión de Don Jaime, conde de Urgell, que se había negado a reconocerle como soberano y le redujo en el término de Balaguer, ahora provincia de Lérida, en el año 1413. La oligarquía catalana le obligó, en varias ocasiones, a firmar acuerdos que limitaban el poder de la monarquía. Asimismo, los consellers, se soliviantaron con Don Fernando, que quería suprimir un impuesto establecido por el Consejo de Ciento sobre los alimentos; ellos le recordaron que había jurado “guardarles sus privilegios”. Apenas dos meses después de ser proclamado rey de Aragón, Fernando obtuvo del Papa Luna la investidura de los reinos de Cerdeña, Sicilia y Córcega. Su perspectiva exterior quedaba definida: el Mediterráneo constituiría el marco de la expansión catalana. Intentó recomponer el poderío catalán de otros tiempos, introduciendo en Oriente una gran cantidad de comerciantes. En pocos años, la situación en el mediterráneo había variado a favor de los catalanes. Logró pacificar Cerdeña mediante tratados con el vizconde de Narbona y con Génova. Nombró a su segundo hijo Juan, Virrey de Sicilia, Cerdeña y Mallorca. En 1414, estableció acuerdos con el sultán de Egipto y el rey de Fez. Era un magnífico político. Había conseguido sanear la economía y la administración de la Corona. Procuró luchar contra la corrupción; intentó impedir las persecuciones a los judíos, reformó los gobiernos de los municipios, buscando una mayor participación de sus representantes. Durante los dos últimos años de su breve reinado, toda Europa estuvo pendiente de lo que se discutía en el Concilio de Constanza. Dividida Europa por el Cisma de Occidente, desde 1410, tenía tres papas: el de Roma, Benedicto XIII y Alejandro V. Éste último fue elegido para deponer a los dos anteriores, pero ante la negativa de estos a dimitir, se convirtió en un tercer papa. Provocada por presiones políticas, esta división estaba produciendo evidentes síntomas de desconfianza hacia la Iglesia en los sectores populares e intelectuales. La pronta desaparición de Alejandro V (1410) dio lugar a una nueva elección, Juan XXIII (que al ser considerado, posteriormente, antipapa, dio lugar a que este nombre y ordinal fuera tomado por el papa Roncalli en 1958). En Constanza se convocó un Concilio para acabar con el Cisma, pero sin poder llegar a ningún acuerdo, Juan XXIII lo abandonó y fue posteriormente depuesto; unos meses más tarde abdicó el papa romano Gregorio XII. Sólo quedaba Benedicto XIII, a quien a finales de 1415, los reinos ibéricos le retiraron la obediencia. Don Fernando había sido convocado para verse con el emperador Segismundo y con Benedicto XIII en Niza, para encontrar una solución al Cisma de los Papas; pero por su estado de salud, que le impedía viajar, pidió al emperador que acercaran el punto de reunión a Narbona. Allí envió a sus embajadores y a su hijo. El emperador quiso llegar al encuentro del rey, que aún se encontraba en Perpiñán, allí se reunieron el 22 de septiembre de 1415. La implicación de Don Fernando, en el problema del Cisma de la Iglesia, fue decisiva en la solución final. Aconsejado por San Vicente Ferrer, trató de conseguir que Benedicto XIII, el papa aragonés, renunciase a la tiara pontificia, pero fue en vano. Buscando la paz con la iglesia, el rey le retiró la obediencia. Benedicto XIII había sido uno de los más sólidos soportes en la elección de Fernando I como rey de Aragón. El Papa Luna, se retiró a Peñíscola y fue depuesto por el Concilio en 1417, nombrándose a Martin V como nuevo pontífice. El rey, tras conocer su excomunión por el Papa Luna y tratando de conciliar a algunos Grandes, decidió partir de Perpiñán en andas ‟porque iba muy flaco” y continuó su camino hasta Barcelona, donde le suplicaron que permaneciese unos días hasta que mejorara; pero él tenía gran empeño en llegar a Castilla y no se quiso detener «è iba caminando dos o tres leguas cada día en sus andas». Pero al llegar a Igualada su enfermedad empeoró -tenía una dolencia renal- y falleció en esta ciudad el 2 de abril de 1416, con treinta y siete años de edad, después de hacer testamento y de haber recibido los santos sacramentos. Sólo había reinado cuatro años. Era, como puede leerse en la crónica de F. Pérez de Guzmán, «una persona muy devota, casto, dábase mucho a todo trabajo levantándose muy de mañana, dormía poco, comía y bebía con mesura, fue un hombre justiciero, de gran corazón». Fue llevado con gran pompa funeraria por los hombres más ilustres de toda España, hasta el templo de Santa María del Poblet, siendo allí donde se da sepultura a los reyes de Aragón. En su testamento mandó que le sepultasen en el coro cerca del facistol, sin túmulo elevado, con las vestiduras e insignias reales semejantes de aquéllas con que se había coronado, y que sobre su sepultura se pusiese un yelmo con cimera y un escudo. A su muerte, la monarquía aragonesa se vio envuelta en la lucha, en la ciudad de Barcelona, de dos grupos: la Biga y la Busca. La Biga compuesta por la oligarquía urbana que había estado al frente del Consejo de Ciento por mucho tiempo, y


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