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Tropas_Montaña_003

T R O P A S D E M O N T A Ñ A Chascarrillos / 49 EN LA MONTAÑA PIRENaICA Fue el 6 de febrero del año 1968. Por entonces, era el alumno de un curso de especialización en Jaca en el Alto Aragón, curso que incluía una diplomatura en esquí-escalada y una capacitación para el mando de ese tipo de Tropas de Montaña, de carácter profesio-nal dentro de las Fuerzas Armadas. El Grupo que formaba la columna de marcha entre profesores y alumnos comprendía un total aproximado, —si mal no recuerdo ya, habida cuenta del tiempo transcurrido desde entonces—, de 45 personas, posiblemente dos profesores del resto alumnos del curso. La previsión meteorológica de aquel día del mes de febrero era francamente mala. Las laderas montañosas de la cara norte de los macizos situados frente al refugio militar de Candanchú contenían un enorme y profunda capa de nieve helada sobre ella y a lo largo de los días precedentes a la marcha sobre es-quís no cesaba de nevar. El ejercicio de instrucción comprendía, además de las prác-ticas de la marcha en terreno nevado y en alta montaña, el pernoctar en las proximidades de un ibón o lago glaciar, con-cretamente en el de Estanés perteneciente al Pirineo Central, el más agreste y de mayores alturas de todo el célebre macizo montañoso, lugar donde se realizarían prácticas de refugios, a base de tiendas protegidas, de cuevas de nieve, de iglús y de otros tipos de abrigo de circunstancias. Para ello la columna contaba, además de con el equipo individual de cada alumno y el de patrulla, con una serie de herramientas, —palas de nieve, zapapicos, sierras, —Y otros útiles imprescindibles para cons-truir diferentes abrigos con el fin de protegerse de la gélida noche que seguramente nos esperaba, a la vista de las dificul-tades que ya empezábamos a experimentar desde el inicio de la marcha. Sobre las 10:30 horas de la mañana, cuando la columna ascen-día penosamente en zigzag para alcanzar el conocido como Paso de Pastor, la patrulla de cabeza compuesta de tres alum-nos —uno de los cuales es el autor de esta narración —, des-tacada del resto de la columna con la misión de abrir y trazar la huella al resto, por todo una gran placa de nieve superficial, mal sujeta a la capa helada más profunda de terreno. Como consecuencia los tres hombres de cabeza y la masa de nieve empezamos a rodar pendiente abajo, arrastrando hacia el fondo del valle a la mayoría de alumnos, exceptuando los que formaban las esquinas del zigzag, que lograron deslizarse rápi-damente y evitar ser tragados por la avalancha. Y aparte en ese momento solo recuerdo mi propia experiencia vivida, enterado en la nieve, completamente inmovilizado, en medio de una oscuridad total y con una falta de aire casi ab-soluta. En mi caso particular tuve la fortuna de que solo mi mano derecha se movilizase muy cerca de mi rostro. Por ello y siguiendo la técnica aprendida durante las clases teóricas del curso logré hacer una pequeña cabina cerca de mi cara, con lo cual conseguía respirar aunque con no poco esfuerzo, an-gustia y desesperación. Conforme ampliaba la cavidad, logre mover la cabeza con mucha dificultad y pude observar que en una determinada dirección se advertía una ligera claridad que contrastaba con la oscuridad total existente a mi alrededor que podía advertir conforme iba girando la cabeza. Aunque en el aire seguía faltándome, pero pese a ello, logrando respirar ahogadamente, empecé a dar puñetazos con mi mano derecha enguantada, ampliando el hueco y profundizando hacia el punto de calidad. Ya capaz de mover brazo y antebrazo Como conseguí ir am-pliando la capacidad longitudinal de hueco inicial hasta que en un momento difícil de expresar noté que mi puño salía a flo-te empleando un término marinero. La bocanada de aire que entró en mis pulmones hizo que mi ansiedad y desesperación disminuyeron como por ensalmo. Eso sí, empecé a dar gritos, quizás con algún grado de histeria, pero con un vozarrón dig-no de mi paisano navarro, el insigne cantante Gayarre. El caso es que algunos de los alumnos compañeros que no había sido «embalsamados» poner avalancha se aproximaron a mí y es-carbando a mi alrededor con sumo cuidado pero con mucha energía me dejaron cabeza y cuello al descubierto. Siguiendo las elecciones y enseñanzas aprendidas a lo largo de las sesio-nes teóricas del curso de especialización, me preguntaron si en mi «deambular» el medio de la masa de nieve del alud había visto rodar algún que otro compañero en mis proximidades. Efectivamente comuniqué que cerca de mí y en un momento de la caída hacia el valle había visto a otra persona, concreta-mente a otro de los alumnos como yo.


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