T R O P A S D E M O N T A Ñ A Chascarrillos / 49 cho –bueno, del traje intemperie- y se filtra hasta los huesos, el frío atenaza el alma; pero el capitán, ya veterano, ha invertido mucho tiempo en el planeamiento y preparación del ejercicio táctico a ejecutar: “ataque a un collado previo paso de un cur-so de agua mediante el franqueamiento de pasos semiperma-nentes de dotación” –hasta el título de la sesión ha convencido al jefe del Batallón. Además, qué puñetas, la Unidad está bien preparada ¡Adelante! De modo es que los tres Cazadores de vanguardia, a pesar de la inclemente meteorología, se despelotan, manteniendo úni-camente el calzoncillo por pudor, el fusil a la espalda por impe-rativo táctico y el cabo de la cuerda por seguridad, y porque es su cometido. Se zambullen con aprensión, primero en el lodo, luego en el cauce profundo del río. La corriente es suave, el frío intenso. Tras 50 metros a nado arriban a la otra orilla, asegu-ran la zona, anclan las cuerdas e informan a la Compañía de que están listos (tres tirones en cada una de las dos cuerdas, no hay medios sofisticados, el capitán no quiere luces y tampoco ha llegado todavía a la aldea el programa “combatiente del fu-turo” o como leche se llame). El caso es que la patrulla cumple la misión en impresionante alarde de instrucción. A este lado del río, el Pelotón asignado tensa las cuerdas, y ya está el jefe del mismo preparado para cruzar; él el primero: por preparación, por ejemplo, por cojones (hoy le decimos por lide-razgo). Sus pies deslizan sobre la cuerda inferior del teleférico, la superior le sirve para avanzar con las manos y de seguridad tras colocar el mosquetón (ver foto). Primeros pasos y prime-ros problemas; la noche no permite ver claramente qué es lo que ocurre, pero se intuye la lucha por abrirse paso entre la maleza que cerca los primeros metros de la margen, que atra-pa las cuerdas e impide la progresión al osado. Nuevo intento, nuevo fracaso. Todos quedan perplejos. Si Joseba no ha podi-do, es imposible. ¿Qué hacemos? 10 caras grotescamente enmascaradas tras varias horas de – ahora ya- aguacero, se vuelven hacia el capitán que contraria-do ni se digna esconder el cigarrillo –por cierto, ¿cómo es posi-ble que siga encendido bajo la pertinaz llovizna? Buscan una
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