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T R O P A S D E M O N T A Ñ A respuesta, él les ha traído hasta aquí, él tendrá que sacarles. El capitán, torna la mirada hacia el teniente jefe de Sección. Las 10 caras dirigen ahora su angustia al joven teniente y este se siente atrapado, piensa: “coño, esto no te lo enseñan en la Aca-demia; tampoco Millán Astray habló de pasar frío, coquetear con la parca, vale, pero de frío, ni leches”. Pero Ortiz –nuestro joven teniente- se siente héroe. “Yo voy, mi capitán”. Nerviosamente, sintiéndose observado por 11 hom-bres –ahora ya se ha unido el jefe de la Compañía a la parodia- se encuerda con la atadura de pecho, recoge el fusil y mochi-la, se ajusta el casco y se lanza sobre la cuerda. Decidido en su primer paso, tímido en el segundo y trémulo en el tercero. Se siente observado por 11 pares de ojos y desanimado por la sonrisa socarrona de Joseba (prepárate, parece decir). Y todos son conscientes. El teniente se juega todo el prestigio, menudo lance. Ortiz desaparece tragado por la niebla y las tinieblas del Ara-quil. Se le oye forcejear con el follaje, las cuerdas tiemblan, los hombres permanecen expectantes. Al poco, el héroe regresa. “Está muy jodido, mi capitán, pero no imposible”. Él solo se en-risca y, sin mediar orden ni palabra, vuelve al ataque. La lucha esta vez es cruenta, todos se sienten acongojados y desean, sinceramente, que el teniente lo consiga. Pero en esta ocasión, Fortuna es adversa al guerrero. Nuestro protagonista cae como un fardo, desaparece bajo el agua para volver a emerger tras unos segundos, fruto de la tensión de su cuerda de segu-ridad –volver a ver la fotografía- que le devuelve una y otra vez a la superficie. La encarnizada lucha entre tensión de la cuerda y peso del combatiente –de acuerdo al principio de Ar-químedes- se detiene. Ortiz queda en la superficie, pero ahora sumido en temblores que devienen en un preocupante ester-tor. El capitán se lanza el agua, navaja en mano, corta la cuerda del improvisado yoyó y dos Cazadores evitan que el cuerpo del teniente se sumerja definitivamente. 50 / / Revista Tropas de Montaña Con dificultad lo han arrastrado a la orilla donde, tras despo-jarle de todas sus miserias (¡y comprobar que nada se ha per-dido!) comienzan los movimientos para reanimación según marca el manual de primeros auxilios. Expulsa agua y flemas, recobra poco a poco la consciencia, extraviados ojos en blanco, tez pálida y carne fría como el mármol. El muchacho se recu-pera… parece. Hasta las linternas se han atrevido a encender los Cazadores, en cerrado grupo entorno al casi cadáver, desa-fiando el rigor del capitán. Este se aproxima, el círculo se abre para dejarle paso, también él chorrea entumecido y se le adi-vina cansado, ya no fuma –¡malo! - se arrodilla junto a Ortiz, le zarandea suavemente y le sacude las mejillas, sin acritud, casi con cariño –si es que un capitán de Infantería puede mos-trar afecto tal. “¿Cómo te encuentras?” pregunta quedamente. “Bien…bien…mi …capitán” balbucea trémulamente Ortiz. Pausa dramática. La expectación es máxima. “Pues vuelve a in-tentarlo” ladra el capitán. Los 10 Cazadores rompen el silencio, la sorpresa táctica, el secreto, la angustia y la tensión: sonora carcajada. El héroe vuelve a … desplomarse. Juro por Dios que todo es real. Acaso, alguna licencia poética; el resto, tal como lo conté. Yo fui testigo. Más tarde me refirie-ron que Ortiz dejó la Montaña, también el té, ahora solo toma café … descafeinado. En el pecado va la penitencia. La patrulla abre huellas equivocó las cuerdas, cruzándolas, de modo que era imposible traspasar el río. Su error fue sancionado con va-rias horas en “porretas” bajo la lluvia y el frio. El capitán hubo de revisar la norma operativa sobre montaje de semiperma-nentes y franqueamiento de obstáculos naturales. Y yo, pues “cargué” estas mismas líneas en la aplicación de lecciones aprendidas del MADOC, pero hasta la fecha, nadie la validó, de modo que he intentado por esta vía. Disfrutad de la aventura. David Vaquerizo Rodríguez Coronel jefe del RICZM "Galicia" 64


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