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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 132

ENRIQUE TAPIAS HERRERO de don Toribio y si no habían aparecido en el buceo del Palmar de Ayx, lugar del naufragio, en cuyo caso se preguntaba por qué no se había levantado acta con el valor estimado de la mercancía, como se había hecho con el resto de los caudales de la Real Hacienda. El diputado real declaró, el 18 de diciembre de 1716, que se habían entregado al maestre de plata de la capitana,  don Antonio Pot Flis, con otros registros, «ciertas alhajas» que se remitían para su majestad. Confirma el declarante no haberlas visto entre el material rescatado en el buceo y que las alhajas recuperadas se entregaron a sus dueños cuando se identificaron con su peso, marca y señales, y que las demás se entregaron en el Consulado de Cádiz. Con respecto a las joyas en cuestión, no las recibió el declarante, por no corresponderle por su cargo en la flota, y que lo único que puede decir es que se enteró de la entrega al maestre de plata por comentarios, y que no se relacionaron en las listas de las mercancías perdidas porque no se tenía constancia ni de su composición ni de su propiedad. De los caudales transportados para su majestad, se recuperó la totalidad de lo que se había embarcado, pero solo gracias a la demanda del declarante. Armenta explicaba a los mercaderes que eran atrasos de la Monarquía; además, consiguió que estos abonasen el 2 por 100 que se daba a los buceadores por su trabajo y el coste del traslado a La Habana. Al mismo tiempo, se había preocupado de seleccionar para su majestad la plata de mejor calidad. La documentación relativa al registro del material embarcado se perdió en el naufragio, como era de suponer, por lo que no se pudo conocer el detalle de las alhajas en cuestión. Para completar el expediente, con vistas a conocer el paradero de las alhajas de don Toribio Rodríguez, se entrevistó al maestre de plata de la almiranta, don Andrés de Luzurriaga, que se había salvado. El maestre declaró que estando en Veracruz vio cómo se le entregaban las alhajas mencionadas al maestre de plata de la capitana, don Antonio Pot Flis. Recordaba que sus hechuras eran «a lo antiguo» y las consideraba de poca estimación; que durante el buceo no tenía constancia de que hubiesen aparecido, y que suponía que el maestre las habría guardado en su papelera o caja de ropa, que tampoco se pudieron rescatar. En el almacén de La Habana donde se depositó todo lo buceado no se encontraba ninguna de las alhajas mencionadas. Estimaba que, debido a las fuertes corrientes de la zona del naufragio, lo más verosímil es que se hubiesen desplazado del lugar, como así había ocurrido con los zurrones de grana y añil, que no se habían podido localizar. Por último se entrevistó a varias personas, entre las que se encontraba el capitán de mar y guerra de la almiranta, don joseph López de Ortega, quien declaró lo mismo que los anteriores. Conclusión Este naufragio puede considerarse uno de los peores de entre los acaecidos en el seno de la Carrera de Indias, en términos de pérdidas tanto humanas 54 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 132


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