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REVISTA ESPAÑOLA DEFENSA 328

De vuelta a la Península, Cervantes aguardó a ser recompensado de alguna forma, mientras su hermano Rodrigo se embarcaba con su tercio para participar en la expedición a las islas Terceras, en el archipiélago de las Azores. Cansado de esperar en Lisboa, Miguel se dirigió a Madrid para retomar su vocación de escritor. Allí tuvo una hija con una de sus amantes y se acabó casando, a finales de 1584, con Catalina de Salazar en el pueblo de Esquivias. Últimos servicios a la monarquía Sólo en el año 1587, cuando Felipe I estaba organizando una expedición contra Inglaterra, Cervantes volvió al servicio del rey como comisario de abastos de la Armada, encargado de requisar vituallas para las tropas que debían embarcarse. Y tras el fracaso de la Gran Armada, Miguel solicitó un destino en Indias que le fue denegado y, más tarde, pasó a recaudar impuestos por tierras andaluzas. Estos empleos le acarrearían su encarcelamiento, primero unos días en Castro del Río (1592), acusado de venta ilegal de trigo, y luego casi medio año en Sevilla (1597), por desfase en las cantidades recaudadas para Hacienda. En la Cárcel Real de la ciudad hispalense se engendraría El Quijote, obra cumbre que proseguiría, ya separado del servicio, entre Toledo, Esquivias, Madrid y Valladolid, donde volvió a pasar brevemente por la cárcel a fin de declarar sobre un caso de asesinato que tuvo lugar frente a su casa (1605). Muerte y fama Todavía en 1610, Miguel viajaría a Barcelona en el séquito del conde de Lemos, nuevo virrey de Nápoles, quizá con la intención de retornar a la ciudad italiana. Pero ya no se movería más de Madrid, donde se había instalado con su familia desde 1606. Allí ingresaría en la Orden Tercera de San Francisco y daría forma a sus últimos escritos, falleciendo el 22 de abril de 1616 para IV Centenario Museo de Cádiz ser enterrado al día siguiente en el convento de las Trinitarias Descalzas. Murió el insigne escritor con el reconocimiento de los lectores de su tiempo, envidiado por otros que le tachaban de anciano y de manco. Poco le importó a Cervantes que le notaran de viejo, pues bien sabía que no estaba en su mano detener el tiempo. Más le dolió que se mofaran de su manquedad habiendo sido producto de las heridas recibidas en un combate, en «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros», como él mismo calificó la batalla de Lepanto. Pasó su vida en un instante, de España a Italia, de Lepanto a Argel, entre Andalucía y Madrid a través de La Mancha. Y aún así dio para mucho su vida: prófugo de la justica, soldado, cautivo, recaudador, preso, escritor… Y todas sus circunstancias quedaron retratadas de forma harto elocuente en su producción literaria, fiel reportero de su tiempo en un siglo de hierro, aquella España de Felipe I, desorbitada en sus empresas, temible por sus ejércitos, pero igualmente exhausta y desatendida en su interior. Al fin, como repitió Cervantes y bien vale de corolario para cualquier vida, cada uno es hijo de sus obras. Germán Segura García Luchó junto al esquife de la Marquesa, donde fue herido en el pecho y su brazo izquierdo, que quedó inútil Mayo 2016 Revista Española de Defensa 11


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