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AEROPLANO 34

En la madrugada del día previsto para volar a México llovió torrencialmente y el campo se llenó de agua. Madariaga se pasó toda la noche junto al avión para dejarlo listo para el despegue del día siguiente. A las cinco cincuenta y dos, el Cuatro Vientos ya estaba en el aire. Poco después el avión viró suavemente, pasó sobre los asistentes y se elevó perdiéndose en el horizonte para cubrir los 1.920 kilómetros que le separaban de México. La ruta prevista solo se había definido hasta Villa Hermosa, confiando que en vista de las circunstancias podrían decidir el rumbo más conveniente. Fueron avistados por última vez sobre el aeródromo de Ciudad del Carmen, ya en México. A las catorce horas y treinta minutos todo estaba previsto para recibirlos en el aeródromo de Balbuena, pero pasó la tarde, llegó la noche y regresaron todos los aviones que habían salido a su encuentro sin tener noticias del “Cuatro Vientos”. Al día siguiente se inició por tierra, mar y aire la búsqueda del avión español, pero desgraciadamente todo resultó inútil. ¡Nada se sabía del Cuatro Vientos!. Esa misma mañana se les dio por desaparecidos. El gobierno mexicano dio orden de búsqueda y durante diez días se montó una operación que asombró por los medios y dedicación del personal. Militares y civiles rozaron los límites del heroísmo, tal era el cariño y el interés de los mexicanos hacia España. Las fuerzas aéreas mexicanas se volcaron en la búsqueda del avión desaparecido. Rastrearon doce sectores cubriendo más de 300.000 kilómetros cuadrados, internándose en zonas inexploradas anteriormente, volando sobre selvas y bosques vírgenes y ríos desconocidos, parajes donde hubiera sido mortal para los tripulantes de los aviones cualquier fallo del motor. También volaron sobre el mar, por si las tormentas que cayeron sobre la Sierra Central hubieran obligado al “Cuatro Vientos” a intentar la ruta sobre el agua. Tampoco se halló rastro alguno. La caída al mar era la causa más probable que se barajó en su día y, todavía hoy, sigue pensándose que cayeron al agua obligados a desviarse de su ruta por el mal tiempo. Un indicio poco sólido –una cámara de neumático hallada en la costa, y que podía haber servido de salvavidas– era la única evidencia de la tragedia. Desde el mismo momento de su desaparición, las falsas noticias, hipótesis y bulos inundaron las páginas de los periódicos del mundo entero. Y, mientras la historia espera una hipótesis confirmada, la medalla aérea concedida a Barberán y a Collar, una placa conmemorativa en Sevilla, el monumento en Camagüey, una escultura en el pabellón de oficiales de la Base Aérea de Cuatro Vientos y las condecoraciones mexicanas, son los únicos testimonios que nos recuerdan este vuelo. Madariaga también participó en la búsqueda desde el primer momento. El día 22, muy temprano, el sargento español se elevó en un avión mexicano, pilotado por el coronel Roberto Fierro, para rastrear la ruta que él creía pudieran haber seguido los tripulantes españoles. Tres horas más tarde regresaron sin éxito, después de haber volado más allá de Córdoba y Orizaba. Madariaga se muestra sumido en una honda tristeza; en sus momentos de optimismo, que son pocos, sonríe trabajosamente: piensa en el misterioso destino de sus jefes. La profunda pena que en todo momento le embargaba no fue suficiente para desalentarlo. Desde el aire, en vuelos continuados, por tierra, a través de abruptos senderos, de una u otra forma no cejó en su empeño de intentar encontrarlos –vivos o muertos– resistiéndose a la idea de que sólo él, triste y pálido, había de llegar de nuevo a España, como símbolo de la que fue jornada gloriosa -el triunfo– y de la que entraña la caída dolorosa –la tragedia–. Desde entonces Madariaga viviría con el recuerdo de las horas aciagas. Dolor de su corazón que no pudieron mitigar los profundos cariños de dos continentes sumidos en insondable pena. Cuando Modesto se disponía a salir de Ciudad de México, rumbo a Veracruz, donde el jueves 13 de julio embarcaría en el Cristóbal Colón que había de conducirlo a España, llegó una información de gran importancia. En la Barra de Tulpico, al sur de la frontera, había sido encontrada una cámara de avión –como ya hemos dicho– presumiblemente del Cuatro Vientos. Se dio orden de que Madariaga aplazara su salida, con objeto de que pudiera reconocer la pieza hallada y diera su opinión de si podía pertenecer o no al avión. Una vez reconocida y realizadas consultas técnicas a Madrid, se declara la cámara como perteneciente al avión siniestrado. Nuevamente el gobierno mexicano intentó por todos los medios localizar los restos del avión. Una escuadrilla de aviones y numerosas embarcaciones recorrieron toda la costa. Una nueva búsqueda que resultó inútil. Los restos del Cuatro Vientos no aparecieron y por tanto Barberán y Collar continuaban sumidos en el misterio. Madariaga, descorazonado y pensando que el mar era la tumba de sus jefes, organizó su regreso a España. A partir de este momento, la estrella de Modesto Madariaga se fue apagando, y muy pronto la mala suerte se ensañó con nuestro hombre. Los dos años anteriores a la Guerra Civil los pasó ejerciendo su actividad profesional en la Escuadrilla de Experimentación en Cuatro Vientos. En esta unidad le tenían en gran aprecio por su trabajo y seriedad. Por otro lado Madariaga, sin ser activista, había tomado parte en actos de Falange Española desde octubre de 1934 y en actividades de derechas y a favor del Ejército. Al ser asesinado su hermano Dimas, diputado por Acción Popular dentro de CEDA en Madrid, en julio de 1936 y producirse la persecución de su familia, la única protección y custodia con que contaban era la que pudiera proporcionarles Modesto. Así, cuando el 18 de julio de 1936 España quedó dividida en dos bandos de imposible reconciliación, también en el aeródromo de Cuatro Vientos hubo división de voluntades a la hora de sumarse o no al alzamiento de las tropas de Marruecos. En esa época, Madariaga se encontraba destinado en las oficinas de la Sección de Motores del Parque Central de Cuatro Vientos. Por sus ideas, intentó cooperar en la medida de sus fuerzas en el Alzamiento Nacional y, de acuerdo con el teniente coronel José María Martínez de Velas- 36


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